Una vez colocados en la presencia de
Dios, desde la humildad del corazón, nos adentramos en el diálogo fecundo y
sabroso que es la meditación de cada día.
Las lecturas que nos presenta la
liturgia de este domingo nos proporcionan una materia muy profunda para nuestra
oración personal.
El segundo hijo de la parábola
evangélica comenzó diciendo: “Voy, Señor”, pero luego no cumplió su propósito.
¿Te ves reflejado en esta forma de proceder?, ¡Cuántas veces somos inconstantes
en nuestros buenos propósitos!
Muchas veces queremos, tenemos buenas
intenciones, pero nos dejamos llevar de la pereza y no cumplimos lo prometido.
¡Qué importante es la perseverancia! La virtud no está en empezar las cosas,
sino en terminarlas.
Por lo general no nos cuesta mucho
empezar algo nuevo, lo emprendemos con alegría y entusiasmo. Pero llega un
momento en que surgen las dificultades, de dentro y de fuera. Las cosas no
discurren como habíamos planeado. Entonces tenemos la tentación de abandonar,
tan frecuente en los reveses del camino.
Así es nuestro peregrinaje en el terreno
del espíritu. Queremos, pero nos echamos atrás algunas veces.
En contrapartida está la actitud del
otro hijo. Al principio se rebela y dice: “No quiero”, pero finalmente accede a
la petición de su padre.
¿Qué es lo que cuenta de verdad? Pues
cómo acaban las cosas.
Jesús, en una de esas afirmaciones
fuertes del Evangelio dice: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os
llevarán la delantera en el Reino de los cielos”.
Es una llamada de atención para
reflexionar en nuestra meditación de hoy.
Una vez más se muestra con creces la
misericordia de Dios para con los débiles y pecadores.
Pedirles al Señor y a su Madre que, a
pesar de nuestra debilidad, que podamos realizar la tarea que nos encomienda el
Padre. Incluso aunque nos rebelemos en un principio.