16 septiembre 2014. Martes de la XXIV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Lc 7, 11-17
Al iniciar la oración, como nos indica san Ignacio, debo caer en la cuenta de que Dios me está esperando, ponerme en su presencia, escuchar lo que Él quiere decirme y contarle lo que yo tengo en mi corazón.
El relato que el evangelista san Lucas que nos presenta hoy son dos comitivas que salen al encuentro: la comitiva de muerte, que acompaña a la pobre viuda que va a enterrar a su único hijo y la comitiva de vida que acompaña a Jesús. Allí se produjo el encuentro entre el dolor y el desamparo de la pobre viuda y la misericordia y el amor del que pasó por la vida haciendo el bien: “¡muchacho, a ti te lo digo, levántate…”. Y  Jesús se lo entregó a su madre.
Hoy sigue habiendo entre nosotros comitivas de muerte que estamos haciendo todo lo posible por esconderlas. Ante estas comitivas secretas de muerte, sigue hoy saliendo al encuentro la comitiva de la vida de Jesús. Es consolador destacar que la primera vez que san Lucas califica a Jesús como “el Señor” es para decir que “le dio lástima”, que sintió en su corazón la misma pena que toda persona siente ante la muerte del hijo de una pobre viuda.
Hoy como siempre, necesitamos que entren en contacto esas dos comitivas, porque forman parte inseparable de la vida y no podemos esconderlas. Es necesario que la comitiva de la vida sea capaz de sentir el dolor ajeno, sobre todo del que sufre y está solo. No se podrá devolver la vida a quien está muerto, pero podremos entregar a tanto corazón destrozado, nuestro propio corazón para que no pierda la esperanza en la vida eterna.
Si mantenemos viva la fe, nuestra personalidad, como afirma san Pablo, se renovará día a día, “sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará a nosotros. Por eso no nos desanimamos. Aunque nuestra condición física se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día” (2 Cor 4, 14s). De esta manera debemos recordar aquellas palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25s).
Al final de la oración no debemos olvidarnos de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz y por su fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el oído para no escuchar sus palabras de salvación.

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