Sobre roca firme
No basta decir “Señor, Señor…”, pues lo
que cuenta es si cumplimos o no la voluntad de Dios en nuestra vida. “Si me
amáis, cumpliréis mis mandatos” (Jn 14,15). El amor conduce a la unión de
voluntades. Y la prueba de que uno ama a Dios no de palabra y de boca, sino con
obras y de verdad es el cumplimiento de sus mandamientos. Hay quienes se creen
buenos porque conocen el mundo religioso, porque incluso les resulta familiar
lo referente al Señor, a la Virgen o a los Santos. No está lejos del Reino
quien está cerca de lo religioso, pero Jesús llega a decir en el momento
decisivo del juicio final: “No os conozco”. Él sólo reconocerá al que se haya
dejado transformar por el amor en el cumplimiento de sus mandamientos.
Por eso, no podemos construir en falso,
sobre arena. Si no hay cimientos, cuanto más alto es el edificio, más
estrepitoso es el derrumbamiento cuando llegan las dificultades, los vientos,
las lluvias. Jesús nos invita a ir a las raíces, a los cimientos, a construir
sobre roca firme. “Y la roca era Cristo” (1Co 10,4). Cada uno vea cómo
construye y su obra quedará al descubierto, pero el cimiento no puede ser otro
que Jesucristo (cf 1Co 3,11). Jesucristo es la piedra angular sobre la que hay
que construir el edifico de la propia existencia. “No se nos ha dado otro
nombre en el podamos ser salvados” (Hech 4,12). Cuando construimos poniendo
como cimiento a Jesucristo, cuando vivimos la vida unidos profundamente a Él,
las mismas dificultades son ocasiones de nuevas gracias para consolidar nuestra
identificación con Él.
Y esta firmeza Jesucristo la comunica a
su Iglesia santa, compuesta de muchísimos santos, ya en el cielo, y de muchos
pecadores que caminan hacia la santidad. El poder del infierno no prevalecerá
contra ella, y la señal inequívoca de estar cimentados sobre roca es la
adhesión a Pedro, la roca firme. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia” (Mt 16,18). En época de turbulencias, cuando los vientos y las
lluvias arrecian, la firmeza de esa roca la tenemos en el sucesor de Pedro, el
papa Francisco, principio y fundamento de unidad para toda la Iglesia y lugar
de encuentro para todos los hombres de buena voluntad.