El misterio de la transfiguración de
Jesús se nos presenta en el año litúrgico en dos ocasiones: el segundo domingo
de cuaresma y el 6 de agosto en la fiesta de la Transfiguración del Señor. Es
un misterio muy importante para el conocimiento de Jesús y su misión. En
la Iglesias orientales tiene un gran protagonismo.
Hoy en este domingo vemos a Jesús que
sube a Jerusalén para culminar su misión y hace una parada con los tres
discípulos como para indicar el sentido de este camino a Jerusalén: “no está
bien que un profeta muera fuera de Jerusalén”.
Comenzamos la cuaresma ante Dios “Padre
que ve en lo escondido”. Nuestro Padre quiere que le amemos y vivamos para Él;
en eso nos va la vida, nos libra de la hipocresía. Hoy el Padre nos muestra a
su Hijo amado, Hijo único, y nos pide que le escuchemos. En Jesús esta la
plenitud de la Ley (Moisés) y los profetas (Elías). Jesús dijo en una ocasión
que “si no escuchamos a Moisés y los profetas no creeremos aunque veamos
resucitar a los muertos”. Ahora es Él el que nos habla con palabras y obras;
sus discípulos le prestan su fe incipiente, llamada a crecer “cuando el Hijo
del hombre resucite de entre los muertos”.
Hoy la oración puede consistir en una
mirada al Padre que no se ha reservado a su propio Hijo sino que lo entregó por
nuestro amor, ¡tanto fue su amor!
El amor del Padre fluye por su Hijo
Jesús, que lo manifiesta: el Padre me ama yo amo al Padre. Miramos al Hijo
y le escuchamos,. Lo vemos “sentado a la derecha del Padre “intercediendo
por nosotros. Dice san Juan de Ávila que en el cruce de miradas del Padre y del
Hijo se obra nuestra salvación; la consideración de este misterio nos hace
crecer en confianza y entregarnos con mayor esfuerzo a nuestra vida cristiana,
a nuestra conversión cuaresmal.
Marzo nos habla de san José. El papa
Francisco nos ha invitado a redescubrir al esposo de la Virgen María para vivir
una fe que asuma más toda nuestra realidad asociada a la de Jesús como lo fue
la suya.