De la primera lectura escogemos:
«Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comas; porque el día en que comas de él, tendrás que morir.»
El hombre solo es libre cuando hace el bien. Cuando hace el mal, se hace esclavo del pecado, que lo aleja de Dios hasta destruirse poco a poco a sí mismo.
Cuando haces el bien de manera continua te acercas mucho a Dios. Se genera una paz y alegría verdaderas que se transmiten a las personas con las que convives.
Del salmo responsorial seleccionamos:
“Bendice, alma mía, al Señor”
Esta actitud de bendición se genera cuando vivimos el bien, la paz y la alegría continuamente. Nuestra alma está pletórica de alegría, y como María en el Magníficat, queremos agradecer a Dios todo el bien recibido.
Esta forma de vivir se ve muy claramente en los santos. De su plenitud en Dios consiguen conversiones de los que les rodean.
Vivamos así y veremos cómo las personas se van acercando al Dios que transparentamos.
“Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.” Nos dice el Evangelio. No dejemos salir esas maldades de nuestro interior. Maldades como el egoísmo, la impiedad, la impureza, la pereza nos hacen esclavos del pecado y perdemos la libertad de los hijos de Dios.