4 febrero 2015. Miércoles de la cuarta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

En aquel tiempo, llegó Jesús a su pueblo: Nazaret. Vamos con Él por el camino y encontramos las casas: ¿cuántas? ¿Te lo imaginas? En realidad nunca se había ido muy lejos de allí, pero ahora regresa. Es la primera o segunda vez que lo hace. ¿A dónde se dirigió? A la casa de su madre, de María. A la que había sido su casa hasta hace poco. Ahora, la suya, es toda la tierra. Puedes imaginarte la escena del re-encuentro con su madre.
Piensas en el tema y nos centramos de nuevo en María. Llega como triunfador, pero no parece que ella se apunte al carro del ganador, más bien nos la imaginamos a la Humilde sentada a los pies del Virgen y Dios, aprendiendo y desapareciendo. Es la esclava. Su hijo dirá después, cuando te inviten a un banquete, ve a sentarte en el último puesto. Es lo que hizo siempre, hasta la Cruz y hasta su muerte. Por eso El que la invitó a venir a este banquete de la vida y a ser su madre, tras su muerte, cuando ya no tenía sentido lo del último puesto o el primero, ni la vanagloria, ni la humildad, porque todo está acabado, la fue subiendo hasta un puesto, el mayor, el de su derecha.
Parece que se quedó allí varios días, formando a sus discípulos y charlando con los del pueblo. ¿Qué hace María en estos días?, ¿Cómo Marta, preparando la comida para su hijo y sus amigos, que eran muchos y comían bien? ¿Cómo María, sentada a sus pies para escuchar? ¿Cuál es el horario de Jesús?
Por fin llega el día esperado por todos: el sábado, y evidentemente toma la palabra en la sinagoga, como en otros sitios, como hacía siempre desde que salió de allí. Y no reconocen al profeta, no reconocen a su Dios, al de las promesas, al esperado. Tengamos cuidado no nos pase a nosotros lo mismo, que tengamos a nuestro lado a Jesús y no nos demos cuenta. Seguramente alguno de los que están a nuestro alrededor es Jesús disfrazado, disfrazado de vulgar, de gente con defectos importantes, de mi marido, de mi mujer. Todos los años con esa persona al lado, que es Jesús y no me doy cuenta, que fracaso tan grande. El Señor Josué, de Nazaret, conocía a su vecino Jesús desde que era niño. Le parecía un joven normal, en un  pueblo normal, todo vulgar y esperaba con todas sus ansias la llegada del  Mesías. Y yo también conozco a uno desde hace mucho tiempo, estoy a su lado y no me doy cuenta de que es Jesús disfrazado.

Como no tuvieron fe, no pudo hacer milagros. Para que todo ruede necesito un primer empujón: creo, hace milagros. Al verlos creo más y los hace más grandes. Pedir la fe.

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