En aquel
tiempo, llegó Jesús a su pueblo: Nazaret. Vamos con Él por el
camino y encontramos las casas: ¿cuántas? ¿Te lo imaginas? En realidad nunca se
había ido muy lejos de allí, pero ahora regresa. Es la primera o segunda vez
que lo hace. ¿A dónde se dirigió? A la casa de su madre, de
María. A la que había sido su casa hasta hace poco. Ahora, la suya, es toda la
tierra. Puedes imaginarte la escena del re-encuentro con su madre.
Piensas en el
tema y nos centramos de nuevo en María. Llega como triunfador, pero no parece
que ella se apunte al carro del ganador, más bien nos la imaginamos a la
Humilde sentada a los pies del Virgen y Dios, aprendiendo y
desapareciendo. Es la esclava. Su hijo dirá después, cuando te inviten a un
banquete, ve a sentarte en el último puesto. Es lo que hizo siempre, hasta la
Cruz y hasta su muerte. Por eso El que la invitó a venir a este banquete de la
vida y a ser su madre, tras su muerte, cuando ya no tenía sentido lo del último
puesto o el primero, ni la vanagloria, ni la humildad, porque todo está
acabado, la fue subiendo hasta un puesto, el mayor, el de su derecha.
Parece que se
quedó allí varios días, formando a sus discípulos y charlando con los del
pueblo. ¿Qué hace María en estos días?, ¿Cómo Marta, preparando la
comida para su hijo y sus amigos, que eran muchos y comían bien? ¿Cómo María,
sentada a sus pies para escuchar? ¿Cuál es el horario de Jesús?
Por fin llega
el día esperado por todos: el sábado, y evidentemente toma la palabra en la
sinagoga, como en otros sitios, como hacía siempre desde que salió de allí. Y
no reconocen al profeta, no reconocen a su Dios, al de las promesas, al
esperado. Tengamos cuidado no nos pase a nosotros lo mismo, que
tengamos a nuestro lado a Jesús y no nos demos cuenta. Seguramente alguno
de los que están a nuestro alrededor es Jesús disfrazado, disfrazado de vulgar,
de gente con defectos importantes, de mi marido, de mi mujer. Todos los años
con esa persona al lado, que es Jesús y no me doy cuenta, que fracaso tan
grande. El Señor Josué, de Nazaret, conocía a su vecino Jesús desde que era niño.
Le parecía un joven normal, en un pueblo normal, todo vulgar y esperaba
con todas sus ansias la llegada del Mesías. Y yo también conozco a uno
desde hace mucho tiempo, estoy a su lado y no me doy cuenta de que es Jesús
disfrazado.
Como no
tuvieron fe, no pudo hacer milagros. Para que todo ruede necesito un primer
empujón: creo, hace milagros. Al verlos creo más y los hace más grandes. Pedir
la fe.