Después de escuchar el evangelio del día de ayer, como que S. Marcos hace una pausa para ver si el tema ha sido asimilado, no vaya a ser que sus discípulos estén en la misma situación que los fariseos, que todavía piden un milagro para creer, cuando los están viendo todos los días...
El hecho en esta ocasión es que se han embarcado con el maestro pasando a la otra orilla del lago, y parece que nadie ha previsto las avituallas..., es decir los alimentos necesarios para el grupo. Esto da pie para una confrontación entre ellos. Jesús que está presente no puede por menos de aprovechar la oportunidad para dejarles una reflexión profunda en el alma...
¡Me admira la facilidad con que el ser humano se olvida de las maravillas del Señor, y como la cotidianidad de la vida es lo que prima en nuestro existir diario! ¿Por qué no haremos memoria más a menudo de los milagros del Señor en nuestra vida? ¿Por qué no vivimos pendientes de las sorpresas de Dios? ¿Por qué somos tan pragmáticos la mayoría de las veces...?
Quizás el problema sea lo que apunta el evangelio, la levadura de los no creyentes, que también nos puede afectar en nuestra masa de cristianos... Nosotros somos los que estamos llamados a hacer fermentar el mundo y no que el mundo nos fermente a nosotros... Doy por supuesto que hay muchas cosas buenas en el mundo, pero no siempre, y no todo lo que en el mundo contemplamos o compartimos es bueno... Debemos estar alertas para despertar cada mañana sonriendo a la vida y también transformando la realidad con el depósito de nuestra Fe, no bajando sus niveles.
Recordemos en nuestra oración de hoy las veces que últimamente ha intervenido la Providencia Divina, salvando..., librando..., o ayudándonos... Los discípulos no tenían la memoria enferma, las cifras son exactas, no confunden las canastas que sobraron, doce y siete canastas dependiendo del milagro. Pero lo malo es que no basta recordar los hechos, conocer la realidad, es necesario captar su significado, sacar sus consecuencias... No se trata de embalsamar los hechos, sino de hacerlos actuales para seguir alimentándonos con ellos. Como lo hacía nuestra santísima Madre la Virgen María, pues ella "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón." (Lc.2,19).
Que así sea.