Empezamos
nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en
nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Acabamos de
empezar la Santa Cuaresma. Es tiempo de conversión y por ello de pedir luz al
Espíritu Santo y reflexionar sobre cómo están nuestras vidas. ¿Pienso vivir la
Cuaresma en este sentido? o ¿pienso hacer como en otros años, en que dejo pasar
los días de este bello tiempo litúrgico, como si no tuviesen importancia? Es
una oportunidad magnífica que no debemos desaprovechar. Nos lo pide el Señor y
se nos recuerda en el momento de la imposición de la ceniza: “conviértete y
cree en el Evangelio”. Puede que en nuestra vida tenga muchas sombras o pecados
que nos hayan manchado y nos hayan llenado de mugre el corazón; no importa.
Como se nos recuerda en el Evangelio de la Misa de hoy: “No necesitan médico
los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores a que se conviertan”. Dios nos acoge y nos abraza con mucha alegría y
con todas nuestras faltas. Por eso no puede haber nada mejor que decidirse y
convertirse. Como nos dice el Señor por boca del profeta Isaías: “brillará tu
luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. La conversión implica
una llamada de Dios a ello. Pídele a Dios que te ilumine y te llame a la
conversión. Solos, sin su Gracia, no podemos. Así como el Señor llamó a Leví
(Mateo), nos llama a nosotros, de manera personal.
El cuadro de
Caravaggio que tenéis reflejado en la oración de hoy representa la vocación de
Mateo. Como podéis apreciar la llamada es personal y eso lo muestra el autor
con las miradas. Todas las miradas de la gente del cuadro están pendientes de
sus quehaceres; todas menos las de Jesús y la de Mateo. Tengamos los ojos
abiertos para ver en nuestra oscuridad para que Dios nos ilumine con la Gracia
de la conversión.
Pedimos la
intercesión de la Virgen María, en este su día, para que ponga en las manos de
Dios las verdaderas ansias de nuestro corazón.