Hoy hace una semana que comenzamos la santa cuaresma, tiempo de renovación para cada uno y para toda la Iglesia, pero sobre todo, “es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (Mensaje del papa Francisco para esta cuaresma)
La oración de cada día debe ser un momento privilegiado para sentir con la Iglesia, así ha der ser siempre pero con más intensidad en los tiempos litúrgicos fuertes.
Podemos comenzar ayudándonos de la oración antífona de la misa: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. Que no triunfen de nosotros nuestros enemigos. Sálvanos, Dios de Israel, de todos nuestros peligros”. Esta es una oración-deseo: confiados en Dios que es todo ternura y misericordia, le pedimos su ayuda para vencer a nuestros enemigos, tanto internos (concupiscencias) como externos, que en el leguaje clásico son el demonio y el mundo; y estos deseos deben ser tanto para nosotros y para todos nuestros hermanos.
El salmo que la Iglesia nos propone hoy es el 50, conocido como el Miserere, atribuido al rey David y considerado como el salmo penitencial que mejor expresa los sentimientos de contrición y arrepentimiento de aquel que se sabe y se siente pecador:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
4lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.5Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
6contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
El Evangelio, es según San Lucas (Lc 11, 29-32). Muchos acudían a escuchar a Jesús, pero algunos desconfiaban de Él. Estos decían que sólo creerían en Jesús si hacía un gran milagro. Jesús comprendiendo sus prejuicios dijo: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación”.
Los hombres de aquella generación fueron muy incrédulos (Jesús les define como perversos), a pesar de todo lo que hacía Jesús y ellos lo veían. A pesar de todo, no le creían. Entonces Jesús, en esa ocasión, no hizo milagros, por su falta de fe. Pero les anunció que pronto, Él, al igual que Jonás, sería un signo de salvación. Jonás lo fue para la ciudad pecadora de Nínive y Jesús para toda la humanidad, igualmente pecadora. El signo de Jesús es su Pasión, Muerte y Resurrección. Pablo VI, en un poema bellísimo se preguntaba: “Dime, Jesús, quien eres”. Y responde: “Tú, Jesús, eres el Hombre que encierra dentro de sí la amplitud del cielo, eres el milagro que pasa sobre los senderos de nuestra tierra”.
Los hombres de nuestra generación, dos mil años después de la Redención, siguen desconfiando de Jesús. En general no creen en Jesús Salvador. Para el Papa Francisco, esta generación actual se puede definir por su indiferencia, indiferencia que está totalmente generalizada. “Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos. (Mensaje de Cuaresma 2015). Pero añade el Papa que Jesús no es indiferente para con nosotros. “(Jesús) Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. …su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede”.(Mensaje de Cuaresma 2015).
Creo que la oración es el gran antídoto contra la indiferencia que denuncia el Papa, una tentación real de la que ningún cristiano moderno está libre. Por eso cada día necesitamos un tiempo tranquilo y prolongado de oración, tiempo para escuchar a Jesús y sentir con la Iglesia.