Lectura de la profecía de Malaquías (3, 1-4)
Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi
mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el
santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que
vosotros deseáis. Miradlo entrar - dice el Señor de los ejércitos -. ¿Quién
podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?
Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor
que refina la plata, como a plata y a oro refinará á los hijos de Levi, y
presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la
ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años
antiguos.»
Salmo responsorial
(23, 7. 8. 9. 10)
R. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
R. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se
alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.
va a entrar el Rey de la gloria. R.
-¿Quién es ese Rey de la gloria? - El
Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra. R.
el Señor, héroe de la guerra. R.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se
alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria. R.
va a entrar el Rey de la gloria. R.
-¿Quién es ese Rey de la gloria? - El
Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria. R.
Él es el Rey de la gloria. R.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (2, 22-32)
Cuando llegó el tiempo de la purificación,
según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo
primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como
dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones. » Vivía entonces en
Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el
consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo
del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.
Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus
padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y
bendijo a Dios diciendo: - «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu
siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de
tu pueblo Israel.» José y María, la madre de Jesús, estaban admirados por lo
que se decía del niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre. Mira:
Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una
bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una
espada te traspasará el alma. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel,
de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete
años casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se apartaba del templo día
y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento,
daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación
de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.