El domingo, Día del Señor, el corazón se
regocija y se dilata porque es día de descanso, no hay que trabajar, estudiar
tanto,… Celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte;
Resurrección, que apunta hacia la victoria definitiva, hacia la que nos
dirigimos; por eso en este día respiramos más hondo, nos relajamos un poco y lo
celebramos en familia. ¡Qué bueno ir en familia a Misa este día!
¡Qué alegría me da cuando en este día
voy a una parroquia y veo entrar a toda una familia y se colocan juntos, los
padres entre los hijos para que haya paz! También cuando salimos juntos ¡Qué
grata es la celebración de la Eucaristía como colofón del día!
Pues bien, en uno u otro ambiente,
tenemos nuestra oración. Me fijo en el Evangelio. ¡Es tan rico!
LA CURACIÓN DEL LEPROSO
Podemos hacer una contemplación maravillosa
en tres momentos:
1º. Se acercó a Jesús un
leproso.
Como él, nosotros también nos acercamos
a Jesús. Nos ponemos en su presencia, que desnuda nuestro interior que conoce
mejor que nosotros mismos. Con las trazas del leproso, la lepra de nuestras
faltas, ingratitudes, pecados, negligencias,…
2º. “Suplicándole de rodillas.”
Ahora sí; de rodillas, nos postramos
como él y le suplicamos: “Si quieres, puedes limpiarme”. Te quedas en silencio
esperando la respuesta. Ven, Espíritu Santo. Ilumíname. Levantas la mirada, le
miras y le repites una y otra vez: “Si quieres,…”
Hay frases en el Evangelio que nos
vuelven locos. Una es ésta: “Si quieres,…” También Jesús la ha empleado en
otros momentos: En el diálogo con la samaritana: “Si conocieras el Don de
Dios,…”; “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos
nuestra morada”. “Si quieres ser perfecto, anda, ve, vende lo que tienes, dalo
a los pobres, ven y sígueme”. Oh, Señor, “Si Tú quieres, puedes limpiarme”.
En nuestra oración hay que conmover el
corazón de Dios, hay que ser atrevidos como el leproso, disparar el dardo de
nuestra oración certera al corazón hasta rendirlo.
Mira como lo consigue el leproso que con
una fe inmensa, la que espera mañana de ti y de mí en la oración, se conmueven
sus entrañas paternales y escuchamos:
3º. “QUIERO, QUEDA LIMPIO.”
Jesús pone sus manos sobre ti como lo
hizo sobre el leproso y oyes de sus labios tan fantástica respuesta: “Quiero,
queda limpio”. Esto ocurre cada día en nuestra oración, en la confesión, en la
Eucaristía, en la acción de gracias, en el examen de conciencia, ¿No sentimos
que Jesús se acerca y nos dice “queda limpio”.
Es su fuerza que nos penetra y se hace
irresistible. Dios nos hace irresistibles. Su gracia penetra a través de la
oración, es un poder para salir inasequibles al desaliento. Ya no cabe el no
puedo, no quiero, ni la queja ni la falta de entrega. Y por eso, como el
leproso, no podemos de dejar de anunciar y dar testimonio.
Santa María, acércame a Jesús para que
me cure de mis lepras.