Las lecturas de hoy son muy sugerentes y nos ayudan a enriquecer nuestra oración y nuestra vida. Pidamos luz al espíritu Santo para entenderlas en su profundidad.
Comenzamos invocando a María, tras haber celebrado ayer su fiesta de Nª Sª de Lourdes, que nos ha recordado de nuevo ese maravilloso momento en que la misericordia de Dios se vuelca de nuevo sobre el mundo, sobre los más débiles, a través de la Señora.
Historia protagonizada principalmente por una mujer, Bernardette, lo que nos lleva directamente a la primera lectura de hoy, donde ocupa un lugar esencial lo que Dios nos quiere decir sobre la mujer, que se puede resumir en las palabras de Adán al ver a Eva: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”
Hombre y mujer, mujer y hombre. Tan diferentes y tan iguales, tan complementarios. Los dos salidos de la voluntad de Dios. Los dos parte, por voluntad de Dios, de su familia. La mujer no aparece en ningún momento como esclava ni como servidora. No es una criatura de segunda clase de la que el hombre se pueda servir para satisfacer sus instintos. No es una máquina reproductora. No es la encargada de lavar la ropa al marido. Ni la de preparar la comida. Tiene la misma inteligencia, o más, que el hombre.
Y a ambos Dios nos llama a trabajar por el Evangelio. Ellas ocupan también un papel importante en la vida pública de Jesús, como nos recuerda la escena del evangelio de hoy, donde una mujer fenicia, despreciada por los judíos, da a todos una lección de humildad y de confianza.
Impresionante testimonio que quiere reflejar los desvelos de tantas mujeres por seguir a Cristo, pero arrastrando tras de sí a su familia. Desvelos que siguen dándose en nuestros tiempos en muchos lugares del mundo, especialmente donde el hambre, la pobreza y la guerra hacen a los hombres si cabe más ruines.
Ellas, santa Bernardette, la mujer fenicia y tantas otras que conocemos, asumen la fortaleza de María y la quieren contagiar a los que se acercan a ella. Invoquémosla hoy en nuestra oración. Necesitamos su fortaleza, su fidelidad, su humildad, porque ese es el camino para crecer interiormente, tanto espiritual como humanamente, y para ayudar a los que nos rodean.
Que la lectura pausada y tranquila de las lecturas de hoy nos vaya descubriendo esa realidad sobrenatural que rodea al misterio de la vida humana. No hemos sido creados por azar, no somos una minúscula partícula de polvo en el océano inmenso del Universo. Somos amados de Dios, familia suya, creados por amor, redimidos por amor, con un destino eterno al que su Madre nos invita a acercarnos cada día a través de la oración, de la Eucaristía, del encuentro con los demás, del trabajo bien hecho y del servicio a los más necesitados.
No dejemos de dar gracias a Dios por todo.