13 febrero 2014. Viernes de la quinta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca” (plegaria eucarística IV).
Ayer, en el relato del génesis, se nos mostraba a Adán, feliz con el regalo de su compañera: "dijo entonces Adán: esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona ['ishshah], porque del varón ['ish] fue tomada. Esto es ahora hueso de mis huesos" (Génesis 2: 23).
Hoy el hombre se nos muestra abandonado a su suerte; la mala fortuna del pecado inducido por Satanás. Y con tal fatalidad que a toda su descendencia dejará marcada con esta herida, ya siempre por curar.
Viene muy bien pues, recordar de nuevo la oración que nos propone la Iglesia en su plegaria IV. Sin negar la realidad del pecado de desobediencia, nos muestra al Señor, compadecido, tendiendo la mano.
Además, el Salmo, vuelve a recordar de manera entrañable y con estilo casi poético la realidad del pecado, pero con esperanza. Podemos sintetizarlo en tres momentos (camino de salvación):
Había pecado, lo reconocí
no te encubrí mi delito

Por eso, que todo fiel te suplique 
en el momento de la desgracia

Dichoso el que está absuelto de su culpa
a quien le han sepultado su pecado

En el evangelio de hoy, el pasaje del sordomudo, viene a ser una muestra de las muchas limitaciones y dolor que acarreó la falta original. Pero felizmente vencidas por el Señor que da la vida. Por ello, el pedirle a Jesús que imponga sus manos sobre la sordera y mudez de nuestro corazón (en tantas de sus limitaciones) puede ayudarnos hoy.
Un detalle curioso que nos dice S. Marcos; “y mirando al cielo…”, como que Jesús pide esta gracia al Padre. Esto me hace pensar que Jesús va a interceder ante Padre toda vez que se le pida con mucha fe y amor. “Effetá” ábrete. Es el regalo que recibe quien confía y espera. En el relato, fue instantáneo pero en nuestra vida quizás tengamos que esperar algo más. Lo cierto es que ocurrirá.
No hemos hablado de aquellos que “le presentaron….y le pidieron” que Jesús impusiese las manos al sordomudo. Sin duda que fueron de verdad buenos amigos. Y, ¿quién presenta mis enfermedades a Jesús para que me sane? ¿Quién me llevara, incluso sin pedirlo, como en el evangelio?. Me ayuda pensar que la Virgen, a diario, “arrastra” mi alma ante Jesús y le pide que me imponga las manos. Los sacramentos también son esos momentos de ponerme bajo su gracia sanadora: “y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba”.

Terminaremos, agradecidísimos cantando con el salmo: “Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación”. ¡Qué realismo y belleza!

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