“Y cuando por
desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino
que compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te
busca” (plegaria eucarística IV).
Ayer, en el relato del
génesis, se nos mostraba a Adán, feliz con el regalo de su compañera: "dijo
entonces Adán: esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será
llamada Varona ['ishshah], porque del varón ['ish] fue tomada.
Esto es ahora hueso de mis huesos" (Génesis 2: 23).
Hoy el hombre se nos
muestra abandonado a su suerte; la mala fortuna del pecado inducido por
Satanás. Y con tal fatalidad que a toda su descendencia dejará marcada con esta
herida, ya siempre por curar.
Viene muy bien pues,
recordar de nuevo la oración que nos propone la Iglesia en su plegaria IV. Sin
negar la realidad del pecado de desobediencia, nos muestra al Señor,
compadecido, tendiendo la mano.
Además, el Salmo,
vuelve a recordar de manera entrañable y con estilo casi poético la realidad
del pecado, pero con esperanza. Podemos sintetizarlo en tres momentos (camino
de salvación):
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado
En el evangelio de hoy, el pasaje del
sordomudo, viene a ser una muestra de las muchas limitaciones y dolor que
acarreó la falta original. Pero felizmente vencidas por el Señor que da la
vida. Por ello, el pedirle a Jesús que imponga sus manos sobre la sordera y
mudez de nuestro corazón (en tantas de sus limitaciones) puede ayudarnos hoy.
Un detalle curioso que nos dice S.
Marcos; “y mirando al cielo…”, como que Jesús pide esta gracia al Padre. Esto
me hace pensar que Jesús va a interceder ante Padre toda vez que se le pida con
mucha fe y amor. “Effetá” ábrete. Es el regalo que recibe quien confía y
espera. En el relato, fue instantáneo pero en nuestra vida quizás tengamos que
esperar algo más. Lo cierto es que ocurrirá.
No hemos hablado de aquellos que “le
presentaron….y le pidieron” que Jesús impusiese las manos al sordomudo. Sin
duda que fueron de verdad buenos amigos. Y, ¿quién presenta mis enfermedades a
Jesús para que me sane? ¿Quién me llevara, incluso sin pedirlo, como en el
evangelio?. Me ayuda pensar que la Virgen, a diario, “arrastra” mi alma ante
Jesús y le pide que me imponga las manos. Los sacramentos también son esos momentos
de ponerme bajo su gracia sanadora: “y al momento se le abrieron los oídos, se
le soltó la traba de la lengua y hablaba”.
Terminaremos, agradecidísimos cantando
con el salmo: “Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de
cantos de liberación”. ¡Qué realismo y belleza!