(Mc 8, 11 – 13)
Al empezar la oración hay que pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios, consciente de ante quién estoy y de qué voy a hacer para que ese encuentro con Él solo sea como todo el día, ordenado en su servicio y alabanza.
Empezamos nuestra meditación leyendo pausadamente este corto pasaje del evangelio de san Marcos donde los fariseos le piden un signo con la intención de ponerlo a prueba. ¿Qué señal pedían? Sin duda un signo cósmico que acreditara de forma contundente que Él era el Mesías y por tanto tendría que demostrarlo de manera aplastante y triunfal. Cristo no acepta el desafío y se niega a dar una señal espectacular y se lamenta de esta generación incrédula.
La intención de los fariseos es poner a prueba a Jesús al pedirle sus credenciales de enviado del Padre. Es la vieja actitud de todos los hombres que ponen a prueba a Dios, como la generación del Éxodo o la generación contemporánea de Jesús que mientras moría en la cruz, sus enemigos le pedían: “Si es el Hijo de Dios y el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él, mientras les estaba dando el signo más grande: un amor hasta la muerte; pero nadie lo entendía.
Los signos que Dios nos envía constantemente no los entendemos porque el Reino de Dios no coincide con el reino que nosotros esperamos, nosotros esperamos un reino avasallador, que silencie a los enemigos, un reino donde los pequeños y pecadores no son los mejor acogidos, un reino donde no hay lugar para la misericordia, un reino deslumbrante, donde no existe el fracaso, donde todo son cálculos humanos.
Las credenciales del Reino de Dios que Jesús y sus discípulos presentan son para liberar al hombre de la ignorancia, del pecado, de la muerte, no con medios económicos, ni con influencias humanas sino con la Palabra de Dios siempre eficaz, para ello debemos caer como el grano de trigo en el surco, pudrirnos y ser fecundos, unos al treinta, otros al cincuenta y otros al cien por cien.
Al final de nuestra oración darle gracias al Señor por tanto bien recibido y suplicarle que nos preparemos para recibir los signos que Dios nos envía en nuestra vida diaria para poder ir por todo el mundo anunciando la Reino de Dios que es Cristo Resucitado. Ponernos junto a María para que ella nos enseñe a acoger esos signos sencillos, ocultos a los sabios y prudentes de este mundo y revelados a los sencillos y a los que no cuentan para nada en este mundo.