COMO SI ESTUVIÉSEMOS EN EJERCICIOS. Acabo de practicarlos hace dos días. El P. Santiago nos lanzaba a
vivirlos durante los 365 días. Otra vez y van más de 40 desde que practiqué los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, el año 1973, en Salamanca. Y
nuevamente tengo que decir como su inventor, San Ignacio de Loyola a su
profesor de la Sorbona, el Dr. Miona: “Siendo los Ejercicios Espirituales (EE)
todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el
hombre poderse aprovechar a sí mismo como para fructificar, ayudar y
aprovecharse a otros muchos”. Y si tuviese que elegir entre las mil y una
posibilidades para arreglar el mundo, para mejorar, para vivir en plenitud, mi
respuesta está muy clara: HAZ EJERCICIOS ESPIRITUALES. Yo dedico 8 días al año
y les confieso que es lo mejor que puedo hacer y lo mejor que les puedo
ofrecer. Ya ven por qué no he navegado por este continente, el Señor me ha
vuelto a regalar con esta semana larga para Él y para el alma. Mil gracias.
Borrón y cuenta nueva. Comenzamos con la ilusión del primer día y como si fuera
el último. Me he releído las obras de Santa Teresa con el mayor gusto. ¡En todo
amar y servir!
Pido que todos preparemos nuestra oración con el
fervor del día de nuestra conversión y de nuestros primeros Ejercicios. Estamos
todavía con el fulgor de la gran fiesta de la Candelaria, de la Presentación de
Jesús en el Templo.
Pongamos los ojos en Cristo y todo se
hará fácil
Nos lo dijo Santa Teresa y nos lo dice hoy el autor de la carta (Hebreos
12,1-4): “corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos
los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al
gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está
sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de
los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.”
Porque, seamos sinceros, si no somos felices es porque nuestra mirada está
perdida y no mira dónde tiene que mirar. ¡Madre, dame tus ojos para mirarle,
para dejarme mirar por Él!
Dos milagros por creer
El primero, el de la hemorroísa: “Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la
multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto
quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su
cuerpo que estaba curada de su mal. (Mc 5,21)
¡Señor que te toque! San Ambrosio de Milán lo escribe bellamente: “Con sólo tocar su manto
me salvaré.” Por fe tocamos a Cristo. Por la fe le vemos. No es nuestro cuerpo
que le toca, los ojos de nuestra naturaleza no lo llegan a ver. Porque ver sin
percibir no es ver, oír sin entender no es entender ni tocar si no es por la
fe... Si consideramos la grandeza de nuestra fe y si comprendemos la grandeza
del Hijo de Dios vemos que en relación a él no tocamos más que la orla de su
manto.
Segundo, el de la hija de Jairo. Qué
gozo el escuchar las palabras del Maestro: "No
temas, basta que creas". Y el milagro se dio. La joven muerta, resucitó.
Madre de los creyentes, Santa María, enséñanos a decir “¡Amén!”, siempre,
ahora, en todo momento. Ayúdanos a escuchar tus palabras como en Caná: ¡Haced
lo que Él os diga! Hazme un testigo fiel de tu Hijo, que escuche su
palabra, la acoja, la viva y la anuncie con gozo, sobre todo con el ejemplo.