Hoy es viernes, el día que se dedica de una manera especial a contemplar la Pasión del Señor. Una manera de hacerlo es mediante una buena confesión. Esta experiencia la he tenido hace poco porque hacía bastante que no me confesaba y sentía unas grandes ganas de hacerlo y en cuanto tuve la oportunidad lo hice y ha sido una gracia que me ha aumentado los deseos de no ofenderlo nunca, de suplicar y reparar por los pecados y ofensas que se cometen constantemente. La gracia se derrama en el sacramento y especialmente si te ves empujado por el Espíritu. Crece en ti el rechazo de todo pecado y tentación abierta, te abres a los dones infinitos de Dios que quiere llenarnos: te sientes más cercano y tu trato en la oración es más hermoso.
Y cuando escuchas los peligros que señala el Papa Francisco para el mundo actual:
- Globalización de la indiferencia.
- Cultura del descarte.
- Dictadura del relativismo antropológico y moral,…
…que los sientes en ti y los observas en el mundo que nos ha tocado vivir, te unes más a Él; como Santa Teresa ves ese “estarse ardiendo el mundo y quieren tornar a Cristo a la Cruz”. En este viernes te acercas a Él clavado y, como si algo pudieses, tratas de consolarle y hacer en ti cuanto pudieres por ayudar a salvarlo.
Pongo a continuación una oración que hacía S. Pedro Fabro, recién canonizado por el Papa, al que tiene gran devoción, en su libro “Memorial”, nº 187:
“Señor mío Jesucristo, aparta de mí todo mal y toda imperfección que pueda impedir que los ojos de tu humanidad me miren, que tus oídos oigan mis palabras, que tu olfato no se retire de mi por mis hedores, tu gusto por mis insipideces y tu tacto por mi frialdad y sequedad. Te suplico, Señor, quites de mi cuanto me divide, separa y aleja de ti, y a ti de mí; quita todo lo que me hace inmundo, lo que me vuelve seco… todo lo me impide ser visitado por ti, corregido por ti, reprendido por ti y de que me hables, me comuniques, me ames y me quieras bien. Compadécete de mi Señor y aparta de mi todos los males que me impiden, verte, oírte, gustarte, olerte, tocarte, temerte, acordarme de ti, entenderte, esperarte, amarte, poseerte, tenerte presente… gozar de ti.”
Esta oración preciosa es un ejemplo para aprender a orar con los santos, cuya familiaridad con el Señor se transparenta en sus escritos. Algo parecido nos encontramos cuando leemos a santa Teresa, que de cuando en cuando en lo que escribe, se vuelve hacia el Señor: “¡Oh Señor mío y bien mío! ¿Qué no puedo decir esto sin lágrimas y gran regalo de mi alma, que queráis estar ansí con nosotros y estáis… y nos podemos gozar con vos, que vos os hagáis con nosotros, pues es vuestra delicia estar con los hijos de los hombres!” Leer a los santos nos trae estos beneficios que nos enchufan a la oración en seguida.
Pongámonos en la presencia del Señor, y a su disposición para lo que nos discurra, bien de lo leído o bien de las lecturas del día, donde la primera nos habla del pecado, del salmo o de la curación del sordomudo. También en contacto con los mártires Pablo Miki y compañeros crucificados en Japón en 1597.