El pasado miércoles de ceniza la Palabra de Dios nos proponía las obras cuaresmales para alcanzar la gracia de la conversión: la oración, el ayuno y la limosna. Cada día de cuaresma, las lecturas de la misa nos hablan de una de estas tres obras. Hoy se nos habla de la oración: Jesús enseñándonos a orar. Nada mejor para iniciar hoy nuestra oración que ponernos ante Jesús y decirle con fe: “Señor, enséñame a orar”. Nos puede ayudar esta oración de Francisco Cerro:
Señor, enséñanos a orar,
pues nos cansamos enseguida
de estar contigo;
sin embargo, sabemos que al orar
somos más entrega,
tenemos más fuerzas,
amamos más todos.
Haz, señor,
que seamos orantes
a corazón abierto,
a pie descalzo,
con entrega incondicional.
No queremos al orar
usar muchas palabras,
pues sabemos
lo que tú ya sabes.
Sólo queremos orar
en lo secreto,
creer que no sabemos orar,
y que tú nos manda tu Espíritu,
capaz de transformarnos
y hacer de nuestra pobre oración
un canto de amor
forjador de esperanzas. Amén.
Jesús nos enseña orar con el Padre nuestro. Con esta oración nos invita a entrar en su Corazón, a tener sus sentimientos de hijo, a valorar las cosas importantes que debemos pedir. Parece que el Señor quiere evitar nuestra “palabrería” en la oración, es decir, que en la oración solo hablemos de nuestras cosas, demos vueltas y vueltas a nuestras preocupaciones, que Dios Padre bien conoce. El Padre nuestro nos hace participar de la oración de Jesús, una oración con corazón universal, sintiéndonos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Así nos lo dice el Compendio del Catecismo, en estos textos, que podemos saborear en este rato de oración:
· Podemos acercarnos al Padre con plena confianza, porque Jesús, nuestro Redentor, nos introduce en la presencia del Padre, y su Espíritu hace de nosotros hijos de Dios. Por ello, podemos rezar el Padre nuestro con confianza sencilla y filial, gozosa seguridad y humilde audacia, con la certeza de ser amados y escuchados (582).
· Rezar el Padre nuestro es orar con todos los hombres y en favor de la entera humanidad, a fin de que todos conozcan al único y verdadero Dios y se reúnan en la unidad (585).
El Padre nuestro es Palabra de Dios, una oración que si la rezamos con fe, produce fruto en nosotros, como esa lluvia de la que habla el profeta Isaías que no vuelve al cielo sino después de empapar la tierra y de hacer germinar y fructificar la semilla depositada en ella. Terminamos nuestra oración pidiendo que esta cuaresma produzca frutos de conversión en nuestras vidas.