“Dad gracias al Señor
porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Ese es el tema de fondo
de la liturgia de este domingo, una invitación a alegrarnos porque Dios se
puede definir muy bien con una palabra: misericordia.
Por eso el salmo de la
misa sigue diciendo:
“Diga la casa de
Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia.”
Comencemos pues nuestra
oración cantando con el salmo, porque:
“Éste es el día en que
actuó el Señor:
Sea nuestra alegría y nuestro gozo.”
Salmo que nos recuerda
también que del Señor resucitado nos viene la salvación, nos viene la
prosperidad, ya que “el Señor es Dios” y “Él nos
ilumina.”
Repasemos despacio el
evangelio de este día:
“Al anochecer de aquel
día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor.”
Jesús muestra su
misericordia con sus discípulos, también con Tomás, pese a su falta de fe, la
misma que la nuestra. Si no vemos, no creemos. Pero Jesús nos invita a ver por
encima de las evidencias materiales, a confiar en que Dios puede hacer
maravillas en nuestra vida si le dejamos.
Contemplando a Jesús,
reunido con los discípulos, comprendemos mejor que no se puede descubrir al
resucitado si no es en comunidad. Aquí no cabe el individualismo que tan
perniciosamente la sociedad actual ha metido dentro de nosotros. Preguntarle a
Tomás. Por no estar con los demás, precisamente el primer día de la semana, no
pudo ver a Jesús. Porque “donde estéis dos o tres reunidos en mi nombre, allí
estoy yo”. Pero nosotros nos empeñamos en ser felices en solitario, en
creer que nos salvamos solos.
Jesucristo manifiesta
su presencia en medio de su Iglesia por la alegría: “Los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor”. La alegría es el signo de la presencia de Cristo
resucitado, es la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la
muerte. La alegría cristiana es una sana y serena expresión de la paz interior:
“Paz a vosotros”.
Es el fruto de la
misericordia de Dios llenando nuestros corazones.
Demos gracias a María
por enseñarnos a estar junto a ella, abiertos como ella a la misericordia de
Dios. Y pidámosla que nunca dudemos del amor que Dios nos tiene.