Llegamos al momento más aPASIONante de
la PASIÓN de nuestro Dios, varón y hombre de dolores, quien da todo por todos y
cada uno de nosotros.
Pidamos a nuestra Madre sus ojos para
mirarle, sus oídos para escucharle, su corazón para amarle.
Quizá te sobran las palabras, las
lecturas, sólo AMAR ES MI EJERCICIO. Como el campesino de Ars “le miro y ÉL me
mira” y siento que todo cambia, que todo se renueva porque sólo lo mueve el
amor, la misericordia, la gratuidad.
La primera lectura -Libro de Isaías
(52,13-15.53,1-12)- nos presenta al “Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se
aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada”. Los que tuvimos la
gracia de escuchar a Abelardo en Jornadas la canción de Kiko Argüello nos
conmueve sólo con recordarlo. Y damos gracias a este “cordero llevado al
matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca”.
El Salmo (31(30),2.6.12-13.15-16.17.25)
nos convida a confiar contra toda esperanza a pesar de que nos veamos como “una
cosa inútil. Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi Dios, mi
destino está en tus manos.»… Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame
por tu misericordia. Sean fuertes y valerosos, todos los que esperan en el Señor”
La Carta a los Hebreos (4,14-16.5,7-9)
nos insiste en que “ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote
insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de
nuestra fe… Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios
sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y
llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”.
También nosotros estamos en la Iglesia,
en el mundo, para “obedecer, humillarnos y ganar la vida eterna”, como Jesús.
El Evangelio según San Juan
(18,1-40.19,1-42) nos narra toda la pasión y saboreamos las palabras divinas y
paladeamos lo que el Señor nos comunica. Yo particularmente me quedo con la
cuarta palabra:
Junto a la cruz de Jesús, estaba su
madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María
Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él
amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Luego dijo al
discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el
discípulo la recibió en su casa.
Ahora que Jesús ha subido a lo alto,
ahora que ha muerto por mí, ven MADRE a mi casa, déjame entrar en la tuya, que
es tu CORAZÓN.