22 abril 2015. Miércoles de la tercera semana de Pascua – Puntos de oración

“Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día”. Hoy Cristo nos recuerda el sentido de la fiesta que celebramos durante la Pascua: que Su resurrección anuncia nuestra resurrección. Él murió y se hizo vulnerable para fortalecernos. La condición, adhesión a su persona: “El que viene a mí no pasará hambre”.

Dediquemos la oración de hoy a estar junto a Él, a tener ese trato de amistad con Él. Imaginémonos en la escena. Los galileos se acercan a Jesús después del milagro de la multiplicación de los panes buscando un rey humano, un hacedor de milagros, la búsqueda de la comodidad al amparo de un triunfador. Adentrarnos en la soledad de Jesús a través de las conversaciones que hemos escuchado en los evangelios del lunes y el martes. Y, por fin, el desahogo de su corazón en el evangelio de hoy: “Yo soy el pan de vida”, “me habéis visto y no creéis”… Con ese versículo que cerraba el evangelio de ayer y abre el de hoy: como dos latidos del corazón de Cristo en la misma verdad que Él quiere transmitir y que los hombres no somos capaces de aceptar: “Yo soy el pan de vida”, “el que cree en mí nunca pasará sed”.

Cuando ya le hayamos escuchado, entrar en conversación con Él. Abrirle mi corazón, susurrarle mis palabras de consuelo, exclamar mi deseo de seguirle, compartir con Él las dificultades para creer que “Él es la resurrección, la verdad y la vida”. Porque nos cuesta creer que el crucificado es la vida; que el sufrimiento, el gozo; que la humillación, la gloria de Dios. Ese es el gozo de la Pascua que hemos de vivir estos días, el gozo de los que resucitan clavados en las pequeñas cruces de cada día. De los que ven que son educados por el Padre misericordioso con situaciones que no son de su agrado pero que ensanchan el corazón y les enseñan a amar. Compartir todo eso con Cristo solo en la tierra. Escuchar sus palabras de aliento, de corrección, de impulso. Y terminar con la invocación del salmo, postrados ante Él, alabando y adorando a un Dios tan maravilloso: “Aclama al Señor, tierra entera”.

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