¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Quienes hemos celebrado la Pascua del
Señor, podemos afirmar que tener esperanza es saber que el pecado no es dios,
que el mal no es eterno, que la muerte no es la meta, que el sufrimiento no es
anónimo, que la prueba es la puerta de la luz. La esperanza es el secreto del
que cree, en ella funda su fortaleza, valentía, capacidad de espera.
Si dejamos lugar en nuestro corazón a la
noticia de que Jesús ha vencido al mal y a la muerte, y guardamos en la memoria lo acontecido en Jesús, descubriremos la
clave para interpretar todo como historia de salvación. A la luz de
la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo se descubre que donde todo
parecía derrota, hay victoria; y donde muerte, vida. Las lágrimas se vuelven
cantares y la tristeza se convierte en gozo.
Cada día, ya, encontramos una razón
para levantarnos, no por la tarea o la responsabilidad, sino por una
Persona: “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por tu madrugo”.
Cada día, ya, percibimos la necesidad
de la relación con Jesús. La oración no es un ejercicio de autoayuda, sino
un trato en el que se confiesa la amistad, que se convierte en razón de vivir.
Desde la experiencia de la oración se adquiere la certeza de no caminar solo.
Cada día, ya, el trabajo no
se reduce al esfuerzo, ni a su posible penosidad, sino que se convierte
en vocación preciosa de compartir con el Creador la tarea de
transformar el mundo, de acrecentar la belleza, de ofrecer mayor bondad.
En los momentos de dolor y de
sufrimiento, de pruebas diversas, gracias a la resurrección de Jesucristo,
nos arriesgamos ya a asumirlos de manera generosa y “corredentora”, sabiendo
que en ello acreditamos nuestra fe en Cristo muerto y
resucitado. Son momentos privilegiados para devolver amor a quien tanto nos
amó.
Por la fe en la resurrección de Jesús, tomamos
un día esta opción de vida, que a pesar de nuestra propia debilidad, sin
embargo tenemos el camino del Evangelio como guía, y sabemos que
nuestra pertenencia a Cristo se acrisola a medida que crece nuestra
configuración con Él.
Desde la verdad de la enseñanza de
Jesús, demostrada con su resurrección, tomamos como guía para el camino
el amor, el perdón, la generosidad, el compartir, porque asumimos el
mandamiento nuevo como distintivo esencial de cristiano.
Cada día, y siempre, en las
situaciones límite, hasta en la propia debilidad y pecado, gracias a
la resurrección de Cristo nos abrimos al perdón. "Dios nos
juzga amándonos, si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no
por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva. No
olvidéis esto", (Papa Francisco, Via Crucis 2013).
¡Feliz Pascua, Cristo ha resucitado!