Muchos son los momentos que el día de hoy nos ofrece, y que me resultaría imposible, para cansaros, meditar sobre todos. Pero sí quisiera orar con tres de ellos: lavatorio de los pies, Eucaristía, Amor fraterno.
Imaginando a Jesús, ardiendo en amor por ellos, y por nosotros: “Y los amó hasta el extremo”, vemos como el Señor, el Maestro, se arrodilla delante de nosotros y nos lava los pies. Ese gesto, destinado a esclavos, Jesús quiere hacerlo con nosotros. Jesús se implica, quiere lavarnos, quiere tratarnos como señores. Y quizás suena de libro, pero el cristiano debe andar limpiando los pies al mundo, es la vocación cristiana del servicio. Y es más, lo que no vemos hacer a Jesús, lo que no aprendemos de Él no podemos hacerlo: “Lo que yo hago con vosotros, es ejemplo para que lo hagáis unos con otros”… Por lo tanto, cuanto más estemos con Cristo, cuanto más nos fijemos y nos empapemos de Él, más podremos imitarle. Y se nos abre una segunda enseñanza extraída de la escena en la que Pedro le dice: “Tú lavarme a mí jamás”, y Jesús le dice “si no lo hago no tienes nada que ver conmigo”: si no nos dejamos amar por Cristo, si no nos dejamos servir por Él, no podemos formar parte suya. Es decir, tenemos que aceptar que Cristo nos lave los pies. Es decir, la distancia que Pedro quiere mantener, porque Jesús es superior a Él, Cristo la rompe. Es la belleza de la intimidad con Jesús: que no habiendo igualdad la hay, que sin ser iguales, lo somos.
En este sentido, la segunda grandeza de este día es el mandamiento del Amor fraterno: habla por sí solo. Amaos como yo os he amado. Apuntémoslo a fuego en el corazón: amar hasta el extremo, consumirse en Amor, a Dios y a los hermanos. No es una ley hippie “paz y amor”, sino que es amor cristiano, amor cristiano que duele y sufre por el otro. Es decir, no es un amor pacifista, dejado… sino que es un amor que se entrega hasta la Cruz. Cristo nos lo enseña: el siervo sufriente por amor. No podemos pasar este rato de oración personal que vamos a tener si no le pedimos a Dios que nos deje consumirnos en amor por cada uno de mis coetáneos (que tanto le gustaba decir a Abelardo).
Y el tercer gran momento, cuando Cristo se da por entero, a pleno, sin más tapujos: la Eucaristía. Cuando dice esto es MI CUERPO, esta es MI SANGRE, no es una metáfora: está diciendo, a gritos “aquí me tenéis”. Es una realidad que nos sobrepasa, así que vamos a analizar este Grandiosísimo Sacramento:
- Es sacrificio. En la Misa se renueva el sacrificio de Jesús. Es decir, si Cristo entregó su Cuerpo en el altar de la Cruz: vuelve entregarnos su cuerpo en el altar incruento de la Misa.
- Es cumplimiento. Jesús prometió que estaría con nosotros hasta el fin del mundo: Jesús se ha hecho material, físico, independientemente de que lo sintamos o no, ESTÁ.
- Es comunión. Quiso Jesús hacer hermanos a todos los que comen este Cuerpo. Es la grandeza de Jesús, que nos quiere uno a uno: a cada uno en particular, y también a todos como comunidad. Somos partes de un mismo Cuerpo.
- Es misterio. Jamás entenderemos en plenitud este misterio. Todo un Dios haciéndose pan. No podemos entenderlo. Somos incapaces. Es Dios haciéndose algo ínfimo. El alimento más básico, el pan, se hace Dios para que cualquiera pueda acceder a Él. Es muy fácil atentar contra la Eucaristía. Es muy fácil maltratarla, es muy fácil cometer un sacrilegio contra Dios en algo tan débil. Y Cristo, sabiendo esto de sobra, se queda. Sabe que nadie podrá hacerle tanto daño en la Eucaristía, que supere las ventajas y beneficios que tiene sobre nosotros.
Para este rato, os invito a pasar por la cabeza la Misa, y disfrutar con cada detalle que se dice en este grandísimo Sacramento. Y este momento, de la institución de la Eucaristía, puede ser bonito pedir por los sacerdotes: primero, para que hayan santas vocaciones, que nunca nos falte quien nos traiga a Jesús al mundo en la Eucaristía, el perdón del confesionario… Y segundo, para que los que ya lo son, se unan más y más a Jesús Eucaristía, que, en palabras del P. Eduardo Laforet: “El sacerdote debe ser el hombre de la Eucaristía por excelencia”. Y por último, AMEMOS LA EUCARISTÍA, SEAMOS CRISTIANOS EUCARÍSTICOS. Para esto pidámoselo a la Virgen… ¿Cómo comulgaría la Virgen, cuando asistía a la Eucaristía que celebraban los apóstoles?