Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Así podríamos pasarnos mañana la oración, repasando y recordando las misericordias del Señor, su fidelidad a pesar de nuestra condición pecadora. De Él parte la iniciativa y no puede volverse atrás, porque ese es su ser. Alegrémonos, que tenemos un Dios misericordioso.
“Dichosos vosotros si entendéis estas cosas y las ponéis en práctica.” Esta bienaventuranza de Jesús a los discípulos está situada en el discurso de despedida, tras el lavatorio de los pies.
Todas las acciones, manifestaciones, teofanías de Dios recogidas y recordadas en el Antiguo testamento (1ª lectura) resuenan y se realizan en Jesucristo, palabra abreviada.
Jesús les está instruyendo con su vida, con su ejemplo, con sus gestos para que más adelante ellos sean testigos con sus acciones de las palabras que proclaman.
Estamos en una época en que todos son proclamas de lo que se debe hacer, de promesas electorales en este mes, y sabemos qué opinión se hace la gente.
La Iglesia, los cristianos estamos también a diario puestos en el punto de mira de la crítica, se nos mira con lupa. Pues, qué bien. Pidamos al Señor que por la fuerza de la resurrección nos transforme en testigos suyos, en cantores de su misericordia, en servidores de los más necesitados. ¡Cuántas maneras existen de lavar los pies al prójimo! La misión es servicio, entrega sin reservas.
Cuántos misioneros, contemplativas, consagrados, mártires en países de persecución entregando sus vidas. La resurrección debe transformar nuestras vidas. El Cristo vivo ante el cual hacéis la oración tiene el poder de transformarnos en Él. Pídeselo.
Hoy celebramos a Pio V. De pastorcillo llegó a ser Pastor de la Iglesia. En un momento de la historia donde las herejías se intentan abrir paso él las combate con la palabra atestiguada con las obras. Caminaba en su juventud siempre a pie, vestido con su hábito, el hatillo al hombro, la mirada puesta en el cumplimiento del deber. No le arredraba tener que decir las verdades a los nobles y a los herejes, siendo amenazado muchas veces de muerte.
Ya siendo Papa en un momento de la Iglesia de pompa y lujo, Pio V redobló el ritmo de austeridad y de oración; la tiara era su gran cruz; no se quitó la tosca ropa interior de fraile, fue muy parco en el comer, incansable en el trabajo; visitaba las iglesias a pie, ahuyento de palacio a los bufones, vivía al estilo franciscano. Era enemigo de los aduladores y le gustaba que le dijeran las verdades del barquero. Dadivoso en extremo con los pobres. Las razones políticas no existían para él; sí en cambio las de Dios y el bien de la Iglesia.
No quiso saber nada de nepotismos, mal del tiempo. Cuando le indicaron que convenía elevar a sus parientes, respondió con firmeza: “Dios me ha llamado para que yo sirva a la Iglesia, no para que la Iglesia me sirva a mí”