Sin duda que hoy sábado nos acompañará
la Virgen de una manera muy especial durante todo el día y en particular
durante estos minutos de oración. Empecemos pues este tiempo consagrado a Dios
con una mirada contemplativa a María, tal como la veían los primeros
cristianos, al inicio de la Iglesia: “Todos ellos perseveraban en la
oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la
madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1,14)
1.-San Pedro piensa en Marcos como
modelo de Apóstol:
“Sed humildes
en vuestras relaciones mutuas, pues Dios resiste a los soberbios, pero concede
su favor a los humildes” (1Pe 5,5). Al escribir esto San
Pedro seguro que estaba pensando en Marcos, pues un poco más adelante le llama
“mi hijo”. La tradición de la Iglesia ha considerado que el
Evangelio de San Marcos ha recogido la predicación y las enseñanzas
del Apóstol Pedro.
Un auténtico apóstol –todos somos
apóstoles por el bautismo- en primer lugar, debe estar revestido de la
humildad, consciente de que no posee nada como propio, sino que todo lo ha
recibido de Dios.
Además de humildes, los cristianos
debemos ser sobrios y estar alerta. Así, recibiremos la promesa: “El Dios
que les ha llamado a la vida nueva en Cristo, tras un breve sufrimiento, les
confirmará en la gracia y les coronará de gloria” (1Pe 5, 10)
2.- Evangelio según San Marcos 16, 15-20
Hoy la Iglesia nos propone para nuestra
meditación la última página del evangelio de Marcos. En primer lugar está el
mandato misionero, Jesús envía a sus discípulos a llevar el Evangelio a todas
las gentes. Jesús tiene necesidad de otros que divulguen la Buena Noticia.
Los apóstoles, después de la Ascensión
de Jesús a los cielos, “y se sentó a la diestra de Dios” (v.19),
“salieron a predicar por todas partes” (v. 20). Hoy diríamos que les
cambió la vida, que dejando sus seguridades lo arriesgaron todo por anunciar a
Jesús.
Pregúntate hoy en la oración, ¿Qué es el
Evangelio para ti? ¿Lo es todo como para San Marcos?
Abre, oh Señor, mis oídos para que se
llenen del tesoro de tu Evangelio. Abre, mi corazón, a fin de que aprenda a
acoger al Verbo de la verdad que está encerrado en tu Evangelio. Abre, oh
Señor, mi boca, a fin de que, de la abundancia del corazón, acoja tu mensaje y
lo proclame para tu gloria y para el bien de los hermanos. Abre, mi vida al
encuentro contigo, que me sales al paso cada día con la Palabra de la verdad
que tu Evangelio encierra.
3.- Repetir durante todo el día y acoger
como programa de vida:
“Se ha cumplido el plazo y está llegando
el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).