“La misericordia del Señor llena la tierra” (Sal 32)
El gozo, la paz, la alegría de estos días tan cercanos a la resurrección del Señor, contrastan aparentemente con el texto del Evangelio de san Juan que hoy proclamamos en la liturgia.
Narra la primera aparición de Jesús resucitado. San Ignacio nos propone en los Ejercicios Espirituales que, la primera aparición de Jesús resucitado, fue para su Madre. Entra dentro del sentido común y de una fe y amor sin fisuras, totalmente fiel. María nunca abandonó a su hijo. Con Él llegó hasta el final. Vaya suerte la de Jesús, morir acompañado por su Madre. Lo normal suele ser que los padres se adelanten al encuentro del Señor, antes de sus hijos…
La primera aparición que narra el Evangelio fue para María Magdalena, de la que sacó siete demonios. Pecó mucho, sí, pero amó mucho más.
Bueno, que me marcho por los cerros de Úbeda y sólo quiero resaltar que en el texto de Evangelio de hoy, se cumple eso de “lloras como una Magdalena”. La verdad que su llanto que se va transformando: por la manera de ver, mirar, oír y tocar…
Una contemplación para aplicar son sencillez desde los ojos de la fe en los Ejercicios Espirituales: Ver, oír y tocar
En primer lugar estas lágrimas son la manifestación de no ver a Jesús. ¿Por qué lloras le pregunta? Y ella contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Pero como no deja de llorar aunque ve a Jesús no le reconoce.
El segundo paso, cuando oye, cuando escucha a Jesús, todavía entre lágrimas llenas de angustia, por tal pérdida, al escuchar su nombre, reconoce a su Maestro… Ya lo ha encontrado.
Pero no se conforma con verle y oír su voz, con encontrarle… Ahora quiere abrazarle, tocar a Jesús, pero le dice: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios Mío y Dios vuestro”.
De verdad, con la resurrección de Jesús, “la misericordia del Señor llena la tierra”.
Si veo, oigo y toco a Jesús resucitado, desde la fe, entonces me convierto en misionero: “anda, ve a mis hermanos y diles…”
Si le veo, le oigo y le toco entonces le conoceré le amaré y le seguiré todos los días de mi vida.
Y si encuentro dificultad, con mirar, oír y abrazar a María, le seré fiel, estaré abierto a los demás. A comunicar el gozo de la resurrección. Esto don para mí es una tarea.