Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
En la lectura continuada del Libro de los Hechos de los apóstoles se nos describe en unas breves pinceladas cómo era la primera comunidad cristiana en torno a los apóstoles. Hay una primera frase que, con unas pocas palabras, da la clave de toda comunidad unida, de todo hogar fraterno: tenían un solo corazón y una sola alma. Cuando uno quiere a sus hermanos, cuando los siente superiores a uno mismo, cuando los respeta no por cómo son o el cargo que ostentan si no por lo que son, aparece la caridad. Y la caridad empieza por la práctica y por lo concreto. Aquellos primeros cristianos todo lo ponían a disposición de los administradores, en concreto, su patrimonio (las casas, las fincas, los dineros). Muchos de aquella primera comunidad habrían conocido al Señor y sabían de su forma de vida: todo lo ponía en manos del Padre. No se preocupaba por lo material y así lo enseñaba cuando hablaba de la belleza de las criaturas y de su libertad. Hoy el mundo nos ata con las estructuras de un neoliberalismo que vive para el tener y el poder. Entiendo que este ejemplo de la primera comunidad es una llamada a poner los ojos con fe en todo aquello que no pasa, en las realidades que deben de dar cimiento a nuestra vida, a la forma de entender las cosas y acontecimientos, que son las realidades eternas.
En el Evangelio, la conversación íntima de Jesús con Nicodemo es una llamada a la conversión. Y ¿en qué consiste esta conversión? Lo explica Jesús en la última frase del Evangelio de hoy: “todo el que cree en él (Cristo elevado en la cruz) tiene vida eterna”. Lo dijo también en el evangelio de San Juan: “esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”. Porque la vida es una elección, servir a Dios o servir al dinero. Decir sí a su Palabra o dejarse seducir por el mundo. Por eso, los primeros cristianos ponían todos sus bienes materiales a disposición de la Iglesia, porque tenían la fe en otra Vida.
El tiempo de Pascua es también un tiempo de fe, de creer en su resurrección. Todo tiene sentido si creemos en su resurrección. Y, al contrario, ¿qué sentido tendría la vida si Cristo no hubiera resucitado?
Podemos finalizar nuestra oración acompañando a María, la madre de Jesús, en aquella mañana de Domingo. Qué alegría sentiría ella cuando recibió la visita de su Hijo resucitado. Hagamos la oración buscando también esa compañía de Cristo resucitado para que podamos entender el verdadero sentido de nuestras vidas.