* Primera lectura: Pedro y Juan curan en nombre de Jesús al paralítico del templo, a la hora del sacrificio de la tarde.
¡Qué bien cuenta Lucas el episodio! El pobre mendigo a la puerta del templo -como se ve, fenómeno antiguo-, la mirada fija del mendigo que espera algo, la mirada también fija de Pedro, el contacto de la mano, las palabras breves y solemnes: «en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar», y la curación progresiva del buen hombre hasta seguirles dando brincos al Templo, ante la admiración de la gente.
La fuerza salvadora, que en vida de Jesús brotaba de él, curando a los enfermos y resucitando a los muertos, es ahora energía pascual que sigue activa: el Resucitado está presente, aunque invisible, y actúa a través de su comunidad, en concreto a través de los apóstoles, a los que había enviado a «proclamar el Reino de Dios y a curar» (Lc 9,2). No tendrán medios económicos, pero sí participan de la fuerza del Señor.
Sobre el Nombre de Jesús dice San Bernardo:
«El nombre de Jesús no es solamente Luz, es también manjar. ¿Acaso no te sientes confortado cuantas veces lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él sacia así la mente del que medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos fatigados, esfuerza las virtudes, vigoriza la buenas y honestas costumbres y fomenta las castas afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no está sazonado; es insípido si no está condimentado con esta sal. Si escribes, no me deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si disputas o conversas, no me place, si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón. ¿Está triste alguno de vosotros? Venga a su corazón Jesús, y de allí salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece el resplandor de este nombre desaparecen todas las nubes y todo queda sereno» (Sermón 15 sobre el Cantar 1.2).
* Salmo: Dios es siempre fiel a su Alianza y a su amor hacia nosotros. Él jamás abandonará a su Pueblo a pesar de nuestras infidelidades. ¿Habrá alguien que nos ame como Dios lo ha hecho? Su misericordia es eterna y se prolonga de generación en generación. En su amor por nosotros se hizo uno de nosotros para ofrecernos su perdón, y para hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Aun cuando muchas veces nosotros nos alejemos del Señor y traicionamos su amor, Él no se olvidará de nosotros y siempre estará dispuesto a perdonarnos, pues Él es nuestro Dios y Padre misericordioso, y no enemigo a la puerta. Mientras aún es tiempo, volvamos al Señor, dejémonos amar por Él y convirtámonos en fieles testigos suyos, proclamando sus prodigios a todos los pueblos.
* Evangelio: Recordamos la intervención del Papa emérito Benedicto XVI en la audiencia general del miércoles, 11 abril 2007
“Hoy, miércoles de la octava de Pascua, la liturgia nos invita a meditar en otro encuentro singular del Resucitado, el que tuvo con los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Mientras volvían a casa, desconsolados por la muerte de su Maestro, el Señor se hizo su compañero de viaje sin que lo reconocieran. Sus palabras, al comentar las Escrituras que se referían a él, hicieron arder el corazón de los dos discípulos, los cuales, al llegar a su destino, le pidieron que se quedara con ellos. Cuando, al final, él "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (Lc 24, 30), sus ojos se abrieron. Pero en ese mismo instante Jesús desapareció de su vista. Por tanto, lo reconocieron cuando desapareció.
Comentando este episodio evangélico, san Agustín afirma: "Jesús parte el pan y ellos lo reconocen. Entonces nosotros no podemos decir que no conocemos a Cristo. Si creemos, lo conocemos. Más aún, si creemos, lo tenemos. Ellos tenían a Cristo a su mesa; nosotros lo tenemos en nuestra alma". Y concluye: "Tener a Cristo en nuestro corazón es mucho más que tenerlo en la casa, pues nuestro corazón es más íntimo para nosotros que nuestra casa" (Discurso 232, VII, 7). Esforcémonos realmente por llevar a Jesús en el corazón.
En el prólogo de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas afirma que el Señor resucitado, "después de su pasión, se les presentó (a los Apóstoles), dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días" (Hch 1, 3). Hay que entender bien: cuando el autor sagrado dice que les dio pruebas de que vivía no quiere decir que Jesús volvió a la vida de antes, como Lázaro. La Pascua que celebramos —observa san Bernardo— significa "paso" y no "regreso", porque Jesús no volvió a la situación anterior, sino que "cruzó una frontera hacia una condición más gloriosa", nueva y definitiva. Por eso —añade— "ahora Cristo ha pasado verdaderamente a una vida nueva" (cf. Discurso sobre la Pascua).
A María Magdalena el Señor le dijo: "Suéltame, pues todavía no he subido al Padre" (Jn 20, 17). Es sorprendente esta frase, sobre todo si se compara con lo que sucedió al incrédulo Tomás. Allí, en el Cenáculo, fue el Resucitado quien presentó las manos y el costado al Apóstol para que los tocara y así obtuviera la certeza de que era precisamente él (cf. Jn 20, 27). En realidad, los dos episodios no se contradicen; al contrario, uno ayuda a comprender el otro.
María Magdalena quería volver a tener a su Maestro como antes, considerando la cruz como un dramático recuerdo que era preciso olvidar. Sin embargo, ya no era posible una relación meramente humana con el Resucitado. Para encontrarse con él no había que volver atrás, sino entablar una relación totalmente nueva con él: era necesario ir hacia adelante.
Lo subraya san Bernardo: Jesús "nos invita a todos a esta nueva vida, a este paso... No veremos a Cristo volviendo la vista atrás" (Discurso sobre la Pascua). Es lo que aconteció a Tomás. Jesús le muestra sus heridas no para olvidar la cruz, sino para hacerla inolvidable también en el futuro.
Por tanto, la mirada ya está orientada hacia el futuro. El discípulo tiene la misión de testimoniar la muerte y la resurrección de su Maestro y su vida nueva. Por eso, Jesús invita a su amigo incrédulo a "tocarlo": lo quiere convertir en testigo directo de su resurrección.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros, como María Magdalena, Tomás y los demás discípulos, estamos llamados a ser testigos de la muerte y la resurrección de Cristo. No podemos guardar para nosotros la gran noticia. Debemos llevarla al mundo entero: "Hemos visto al Señor" (Jn 20, 24).
Que la Virgen María nos ayude a gustar plenamente la alegría pascual, para que, sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, seamos capaces de difundirla a nuestra vez dondequiera que vivamos y actuemos.
Una vez más: ¡Feliz Pascua a todos vosotros!
* Oración final:
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a alcanzar los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.