Hoy el corazón de un cristiano se pone
en oración con sólo recordar lo que celebramos, el inmenso amor de Dios para
con nosotros, que se resume en el Corazón de Cristo.
El ofrecimiento de obras que hacemos al
comienzo de cada jornada es la mejor forma, hoy más que ningún otro día, de
empezar un rato tranquilo de oración con el Señor, que nos repite:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.
Es muy fácil hacer, por tanto una
oración del corazón. Os propongo saborear despacio algunas de las frases que
nos ofrecen las lecturas de la liturgia de hoy.
Empezando con el
Antiguo Testamento, en la primera lectura encontramos:
“El Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no… por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino… por puro amor”.
Nos cuesta enterarnos,
y el Señor nos lo vuelve a repetir de mil maneras: “No me importan las
miserias, lo que quiero es confianza”. Porque no nos lo terminamos de creer.
Necesitamos que de
nuevo el Espíritu Santo nos ilumine. Invoquémosle. Pedirle hacernos pequeños,
meternos en el Corazón de la Virgen. Más aún, sigamos pidiendo, esta vez a
María, que sea ella la que nos meta en su Corazón y nos llene de confianza en
el amor de Dios.
Porque Él es “el Dios fiel que mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y guardan sus preceptos, por mil generaciones”.
El salmo 102 nos vuelve
a llenar de confianza: “La misericordia del Señor dura siempre”, dice el
estribillo. Que ese sea el sonido de fondo de nuestra oración de hoy, de todo
el día.
Y podemos repetir, pues
casi nos la sabemos de memoria, la 2ª estrofa. Prueba a repetirla sin leerla,
haz ese pequeño esfuerzo de memoria, recitándola lentamente:
“Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura”.él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”.
Repítelo cantando, si
recuerdas la música de la canción.
La cuarta estrofa
tampoco tiene desperdicio:
“El Señor es compasivo y misericordioso lento a la ira y rico en clemencia No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”.
Ya estamos preparados
para sumergirnos en el Nuevo Testamento. Las dos lecturas son riquísimas, pero
concentrémonos ahora en el Evangelio, donde encontramos las palabras de antes:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.
Gracias, muchas
gracias, debemos dar al evangelista san Mateo por habernos transmitido estas
palabras de Jesús, y por señalarnos que, aunque el camino no va a ser fácil en
principio –ninguno en esta tierra lo es -, el que confía en Dios descansa de
verdad: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis vuestro descanso”.
Cómo no llenarnos de
alegría, como no llenarnos de ilusión con transmitir a los que nos rodean, con
los pequeños detalles de nuestra vida, esta gran realidad, de tal forma que,
sin necesidad de decir nada, contagiemos la paz que nos da el Señor.
Porque una gracia
inmensa se nos quiere dar, la de “conocer”, experimentar, el amor de Dios.
Pidámosla, para poder así decir: “nosotros hemos conocido el amor que
Dios nos tiene y hemos creído en él”.