“Señor no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Preciosa súplica litúrgica basada en la lectura del evangelio de hoy.
Podemos rezar hoy con ella.
En primer lugar, descubrir que no
estamos diciendo al Señor que no somos dignos de entrar en su casa, sino que no
somos dignos de que él entre en la nuestra. Este Dios nuestro no está a la
espera en su palacio para que vayamos a verle. Él da el primer paso, él es el
que se acerca a nuestra puerta y llama. Jesús, según la lectura del evangelio,
se conmueve al oír la petición del centurión y se pone en marcha: “Yo voy a
curarlo”. No le dice, tráelo aquí y lo curo, sino, voy yo y lo curo.
Es, precisamente, de esta generosidad y
condescendencia de Dios de donde parte nuestra indignidad para recibirlo. Nos
sentimos aturdidos y avergonzados. Pero, sin embargo, es precisamente porque
Dios es así por lo que sabemos que la dignidad no nace de nuestro bien hacer,
sino que nace de él mismo que nos dignifica. Por eso no hemos de temer dejar
entrar a Dios en nuestra casa, porque él mismo la va a dignificar.
Miramos nuestra habitación, quizá no muy
ordenada, quizá no muy limpia, quizá con fotos o libros poco decorosos… y realmente
nos daría vergüenza que Dios entrara allí. Estará bien que lo arreglemos lo
mejor posible, pero no cerremos la puerta a quien nos puede limpiar, ordenar y
sanar con una sola palabra.
Nuestro corazón puede estar un poco roto
o descentrado, pero su Sagrado Corazón no se despista. Él nos ama siempre, nos
ama como estemos, nos ama donde estemos, nos ama porque no puede dejar de amar.
Pidamos en la oración de hoy la fuerza
para limpiar nuestra casa, pero, quede como quede, recodemos que la palabra de
amor de Dios nos salva porque sí.
Pues recemos al Señor, por ejemplo, en
los siguientes términos:
“Señor, efectivamente, por mí mismo no
soy digno de que entres en mi casa, pero por favor, entra… Entra hasta el
fondo. No te quedes en la puerta. Túmbala si es necesario. Te doy permiso.
Quiero escuchar tu palabra sanadora. Quiero recibirte como huésped para que te
quedes para siempre…”
Sigue tú poniéndole palabras a esta
oración. Sigue rezando a tu manera.