“Después de acostado, ya que me quiera
dormir, por espacio de un Avemaría pensar a la hora que me tengo de levantar, y
a qué, resumiendo el ejercicio que tengo de hacer.” (San Ignacio – primera
adición – ejercicios espirituales).
Al día siguiente: iniciaremos nuestro
rato exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la
oración preparatoria de san Ignacio:
“Pedimos gracia a Dios
nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.
Recordamos que siempre
en nuestro rato diario de oración estamos acompañados por la presencia maternal
de María. A san José le pedimos por nuestra perseverancia.
Sujetemos nuestra
imaginación, metiéndonos en una escena en la que Jesús sentado, rodeado de sus
discípulos, en un pequeño monte, vestido con su túnica blanca de una sola
pieza. Empieza a hablarnos de la confianza en Dios Padre.
En línea con el
evangelio, la primera lectura de hoy, Corintios 12 1,10, parece
escrita por Abelardo para recordarnos su “espiritualidad de las miserias” y
de las “manos vacías”.
“Lo que es yo, sólo
presumiré de mis debilidades”. Esta frase, en el contexto que está escrito, es la conclusión de
alguien que ha recibido gracias inmensas y él se siente como una débil vasija
de barro, indigno de los dones recibidos.
Pablo pide liberarse de
lo que él cree que le aparta de Dios: “Un ángel de Satanás que me
apalea”… “Tres veces he pedido al Señor verme libre de él;”. Dios
le responde: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la
debilidad”. “Lo que quiero son tus miserias”, nos repetía una y otra
vez Abelardo.
“Por eso, muy a gusto
presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de
Cristo” (Pablo). “Dios no está
ciego, nos dice san Juan de Ávila. Dios nos ve con nuestras imperfecciones,
miserias, limitaciones. Y, sin embargo, nos ama a pesar de todo esto porque Él
es el Amor, es la bondad, es la perfección” (Abelardo de Armas – Febrero 2001 –
Agua viva). “Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte” (Pablo).
Esta disposición
humilde del alma, ante Dios, es la que nos permite saborear el salmo: “Gustad
y ved qué bueno es el Señor”.
El evangelio nos
advierte que “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque
despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y
no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.” Abelardo
nos advertía que había que tener cuidado con el deseo de riquezas, que a veces
podemos apetecerlo por deseo de hacer el bien. Entre las riquezas
incluía la salud, la inteligencia, la belleza, la simpatía, los títulos
académicos….”De todos esos talentos Dios nos ha dotado, pero como
administradores, no tenemos nada que no hayamos recibido”.
“Jesús no quiere
seguridad en las riquezas, ni aun siquiera en la riqueza espiritual. En cuanto
una persona pone la seguridad en que hace bien la oración, en que es una persona
de unión con Dios, etc., ya está fuera del plan divino” ( Abelardo, citado por
Abilio de Gregorio).
Acabemos nuestras
reflexiones con un coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa:
“el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o
un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por
algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y
decir un Pater noster”.