Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
El Evangelio de hoy nos regala unas
palabras de Jesús que pueden ser transformadoras de nuestra vida, además de
cómo Dios nos quiere y nos protege como a sus criaturas predilectas. Nuestra
vida es un camino a lo largo del cual se van abriendo senderos con el
transcurso de la misma. Unas veces son senderos amplios otras veces más
estrechos y tortuosos. La elección de unos u otros son las decisiones
importantes que vamos tomando. Lo mejor que se puede hacer a la hora de tomar
una decisión, sea cual sea, es ponerse delante del Señor y pedir que nos
ilumine con su Santo Espíritu, para que no nos equivoquemos de camino y cojamos
el que más rápido llevándonos al Señor, que es nuestra felicidad. La mayor
parte de las veces el camino más fácil y amplio no es el más rápido ya que al
no haber dificultades en el camino, éste no nos hace crecer y nos lleva a
centrarnos en nosotros mismos. Por eso lo mejor es ponerse en manos del Jesús.
En Evangelio de hoy comienza con la siguiente expresión de Jesús: “Vamos a la
otra orilla”. ¿Qué significa esto?, es la llamada del Señor que nos invita a
salir de nosotros mismos y a levantarnos para la misión, una misión que nos va
a hacer felices porque Él no miente y no engaña. Esa llamada hacia la felicidad
no es siempre un camino fácil. El Evangelio continúa diciendo que de repente se
levantó un fuerte huracán que hacía a la barca, en la que iban, zozobrar. Ese
viento y esas olas son las complicaciones, dudas y tentaciones que nos salen al
paso cuando decidimos seguir el camino de la felicidad, el camino de Cristo, ya
que no es fácil salir de la comodidad y eso exige bregar fuerte para mantener
el rumbo fijo. Para no caer en estas tentaciones y zancadillas que nos pone el
Demonio para que no seamos felices hace falta encomendarse a la Reina de los
mares, la Virgen María, porque ella le aplasta la cabeza e intercede ante el
Señor.
Otro punto bonito para meditar en esta
oración de hoy es el silencio de Jesús. Los discípulos, en la barca, pelean
contra el vendaval y Jesús como si nada durmiendo en la popa como si no fuese
con Él el problema. En realidad aunque no le veamos en las dificultades y
parece que esté dormido Él nos está cuidando. Sólo quiere que tengamos
confianza en Él, porque su sola presencia ya nos protege. Quiere que nos
mantengamos firme y con fe en que Él nos protege. No tenemos que tener miedo
porque cuando nosotros temblamos, Él impide que nos caigamos, nos sujeta por
detrás sin que nos demos cuenta.
Él demuestra después su poder a sus
apóstoles para que no vuelvan a dudar y sigan adelante con el rumbo fijo por el
camino que les dará la Vida. Cuando nosotros experimentamos algo así, el Señor
sale a nuestro encuentro y nos endereza porque deseamos seguirle, es decir,
somos muy débiles pero Él nos ayuda.
Pedimos la intercesión de nuestra Madre
la Virgen María para que Dios nos conceda el don de la fortaleza y la
perseverancia en el seguimiento del Corazón de Cristo en este mes dedicado a su
Sacratísimo Corazón.