Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de
Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre,
todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por
todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
XI Domingo del Tiempo Ordinario
Si nos fijamos en las lecturas de este
domingo, podemos encontrar en el fondo una relación entre la fe y el Reino de
los Cielos. Porque el Reino de los Cielos es algo que no vemos, algo eterno que
crece en nosotros y se prolonga en la eternidad.
- La fe. Hace poco conversando con una persona sobre lo esencial en la vida de todo hombre, el sentido de la vida, me decante por un don, una actitud: la fe. A mí se me ocurre casi ponerlo delante del amor porque la fe es la que crea en la persona una actitud de entrega a Dios y a los hombres. Hoy en día tenemos multitud de ejemplos de esos hombres y mujeres que en circunstancias de persecución hasta la muerte, la fe les ha dado esa perseverancia de entregar la vida de forma humillante, porque creían en la vida eterna. San Pablo nos lo indica: caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Pero con tal confianza que preferimos salir de este cuerpo para estar con el Señor. Efectivamente, estas palabras resultarían muy extrañas en esta cultura occidental que nos envuelve, que nos tiene engañado el corazón y la mente con las cosas y falsas ilusiones. Pero San Pablo tenía una fe cierta. Tan cierta que dio su vida por el Señor.
- El Reino de los Cielos. Es un misterio. El Señor, para explicarlo, frecuentemente recurre a la naturaleza, a esa misteriosa ley interna que la gobierna de forma natural y maravillosa que, muchas veces sin entenderlo, de forma sencilla, se realiza. Este Reino es también un misterio que crece en nosotros por la semilla de la fe, una semilla pequeña pero que cuando crece, al igual que la semilla de mostaza, se convierte en un arbusto bien desarrollado. La fe se siembra en nuestro corazón y, si es acogida y cuidada, crecerá hasta saltar a la vida eterna.
El Papa Francisco, a propósito de esta
fe, semejante a un grano de mostaza, nos hace las siguientes reflexiones:
“La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero verdadera, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad!”. “Todos conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe fortísima, ¡que verdaderamente mueven las montañas!”. “Pensemos por ejemplo en tantas mamás y papás, que afrontan situaciones muy pesadas; o en ciertos enfermos, incluso gravísimos, que transmiten serenidad a quien los va a visitar. Estas personas, precisamente por su fe, no se vanaglorian de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el Evangelio, dicen: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’”.“¡Cuánta gente entre nosotros tiene esta fe fuerte, humilde, y que hace tanto bien!”
En esta sociedad de tiempos revueltos,
podemos también pedir en nuestra oración al Corazón de Jesús, que nos haga
sembradores de fe por el ejemplo de nuestra vida sencilla pero generosa. Que
Jesús nos haga entender esta responsabilidad y nos ayude a llevarla a cabo.