Los primeros momentos de la oración son
muy importantes, de ellos depende nuestra actitud general en la oración del día
y empezar a mantener la atención en el diálogo amoroso y de amistad con Jesús.
En cuanto a la actitud creo que lo mejor es el ofrecimiento de obras. Que vayan
por delante nuestros mejores deseos e intenciones. Podemos decir: “Señor, Jesús,
que todas mis acciones, intenciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de vuestra divina Majestad”. O con la oración siguiente:
¿Qué quiero, mi Jesús?Quiero quererte. Quiero cuanto hay en mí del todo darte. Sin tener más placer que el de agradarte. Sin tener más temor que el de ofenderte.
Seguidamente nos ofrecemos a Jesús con
una de las oraciones que nos sabemos de memoria o improvisando una que nos
salga del corazón. En cuanto a mantener la atención un consejo psicológico es
el “uso de la raqueta” que consiste en despejar mediante la repetición mental
de una palabra, jaculatoria o breve frase las distracciones, como se hace con
una raqueta para controlar una pelota. Por ejemplo, no puedo cortar con las
preocupaciones que me asaltan por tal tarea o sentimiento, pues doy un
“raquetazo” diciendo: ¡Jesús! o ¡Señor, Jesús!…, se trata de encontrar la
raqueta adecuada y para ello hay que ir probando.
Para meditar el Evangelio del día nos
podemos imaginar a Jesús sentado en lo alto del monte, enseñando a las gentes y
rodeado de sus discípulos.
1.- No
todo el que me dice; “Señor”, “Señor” entrará en el reino de los cielos, sino
el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Ser creyente, ser discípulo de Jesús, no
consiste en decir que se cree en Dios, que soy cristiano o en rezar oraciones
de memoria. Eso por sí sólo no basta para que Dios nos reconozca. Jesús con
esta enseñanza quería corregir la religiosidad de muchos de sus contemporáneos,
que pensaban que bastaba con las palabras, con decir: soy judío, pertenezco al
Pueblo elegido. Jesús añade que es necesario cumplir la voluntad del Padre. ¿Y
cuál es la voluntad de Dios? “Esta es la voluntad de Dios: vuestra
santificación.” (1Tes 4,3)
2.-La doctrina de Jesús es segura y nos
libera.
Aquí tenemos dos características de una
buena enseñanza: que sea liberadora (verdadera y vivificante)
y que sea segura. Jesús, en el Evangelio de hoy nos pone un
ejemplo, una parábola. El que escucha la palabra y la pone por obra se
parece a un hombre que edifica su casa sobre roca, es decir, sobre un
cimiento seguro. Ese hombre, al igual que la casa bien cimentada, perseverará
hasta el final. No caerá ante las dificultades, no se echará atrás cuando las
cosas se pongan feas o cuando se encuentre cansado, aburrido. Nuestro cimiento
espiritual debe ser el mismo Jesús. “Porque nadie puede poner otro
fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.” (1Cor
3,11). Él es el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es a
través Jesús. “Quien tiene al Hijo tiene la vida, y quien no tiene al
Hijo carece de ella” (Jn 5,12). Porque “Yo he venido para que las almas tengan
vida y la tengan en abundancia”: (Jn 10,10
Podemos terminar nuestra oración
pidiendo los mismos pensamientos y sentimientos que tenían los que escuchaban a
Jesús. Ellos, llenos de admiración decían: este enseñar es nuevo,
enseña con autoridad, no como los escribas (Mt 7, 29). Para
el evangelista Mateo esta es como la conclusión de todo el Sermón de la
Montaña. Que como María vayamos guardando todo lo que nos dice el Señor en el
corazón.