1. Orar y esperar como Sara y Tobías… porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso.
Con el alma llena de aflicción,
suspirando y llorando, comencé a orar y a lamentarme, diciendo: “Tú eres justo,
Señor, y todas tus obras son justas. Todos tus caminos son fidelidad y verdad,
y eres tú el que juzgas al mundo. Y ahora, Señor, acuérdate de mí y mírame; no
me castigues por mis pecados y mis errores, ni por los que mis padres
cometieron delante de ti” (Tobías 3,1-11a.16-17a.).
Las oraciones de Tobías y de Sara nos
demuestran que, a pesar de pertenecer a una comunidad infiel y pecadora,
siempre es posible la misericordia y la compasión de nuestro Padre Dios.
2. Dios mío, yo pongo en ti mi
confianza; porque tú eres mi Dios y mi
salvador. Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son
eternos. Salmo 25(24),2-4a.4b-5ab.6-7bc.8-9.
3. Él no es un Dios de muertos, sino de
vivos
“Cuando resuciten los muertos, ni los
hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo… Él
no es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados”. (Mc 12,18-27)
4. Fiesta de San Carlos Luanga y
Mártires de Uganda
ORACIÓN COLECTA. Señor Dios, que has
querido que la sangre de los mártires sea semilla de nuevos cristianos, haz que
el ejemplo de san Carlos y de sus compañeros y su lealtad a Cristo frente a las
torturas, atraigan a los pueblos africanos a vivir la fe cristiana. Por nuestro
Señor Jesucristo. Amén
La semblanza que el Siervo de Dios P.
Tomás Morales dedica a los mártires es bellísima, especialmente el final.
“¡Pronto veremos a Dios!”
El 3 de junio de 1886 ha pasado al
calendario litúrgico como el día glorioso del "nacimiento para el
cielo" del grupo más numeroso de los mártires. Trece jóvenes quemados en
la colina de Namugongo. Carlos capitaneaba a los doce. Mbaga Tuzinde, uno de
ellos, tiene dieciocho años. Es el hijo del jefe de los verdugos. Ordena llorando
a uno de sus satélites que le aseste un golpe de maza en la nuca. Uno de los
verdugos agarra con gesto brutal a Luanga. "¡De ti me encargo yo!",
dice amenazador. Carlos sereno y conmovido, envalentona a los doce:
"Amigos, yo me quedo aquí. Nos encontraremos en el paraíso, tras breves
instantes. Adiós, Kizito". "Sí, adiós, hasta que nos veamos ante el
Señor. Seremos fuertes hasta el fin", responde el niño. Empujan a los
mártires por la pendiente que conduce al valle y se refugian en la sombra de
una añosa Acacia. Les despojan del trozo de estopa que les cubre. Desatan sus
manos. Les dejan sólo la maroma al cuello y cubren su cuerpo con esterillas de
cortezas de árbol. Avanzan cuarenta pasos, y están ante la hoguera. Kizito
lanza un grito de alegría: "¡Pronto veremos a Dios!".
"Les espera una muerte atroz..., ¡y
ellos están tan alegres!" "¡Sí,
aquí mismo veremos a Dios!", corean los demás, llenos de júbilo.
"¡Amigos —añade Kizito—, dirijámonos al cielo rezando con las manos juntas
para que el Señor nos conceda ser fieles!". Le obedecen a una y sólo se
oye un murmullo de rezos. La lluvia de insultos desencadenada por los verdugos
se acrecienta, pero se admiran estupefactos y acaban exclamando: "Están a
un paso de la hoguera, les espera una muerte atroz, ¡y ellos están tan
alegres!"
Ser cristiano es hermoso, pero... "En nombre del rey se les ofrece la libertad si prometen no
volver a rezar, pero ellos rehúsan. Los atan, untan con pez sus cuerpos y los
ponen en hilera ante el fuego. Prenden los cepos de madera que tienen en los
pies. Esperan que apostaten atemorizados por el fuego. Las llamas se alzan con
violencia. Mueren rezando y suplicando perdón para sus perseguidores. Pablo VI
consagraba allí ochenta y tres años más tarde, un altar a Jesucristo, Rey de
los Mártires. Nos electrizaba a todos para emularlos. "Ser cristiano es
hermoso —nos dijo—, pero no siempre es fácil".