Todavía hoy, podemos tener el regusto en
el corazón del tiempo de Pascua, de Pentecostés, y del mes de la Virgen… Y son
sentimientos que, como telón de fondo, puede ayudarnos a profundizar en la
oración
Hoy, permitidme, que escriba, no tanto
con las lecturas de la Santa Misa, sino con el Corazón de Cristo. Ayer dábamos
comienzo al mes dedicado al Sagrado Corazón, y he encontrado en Abelardo y el
Padre Morales una gran carga espiritual que pueden ayudarnos a adentrarnos en
la oración, adentrarnos en el Corazón de Cristo. Nos puede ayudar a amar, Aquel
que nos amó primero.
De los textos que tocaban hoy de estos
dos hombres de Dios, uno de un oracional, y otro del librito Cor Iesu, se
desprenden dos ideas:
- La Misericordia: Hablar de Dios, es hablar de Amor y Misericordia, pero cuánto más si hablamos de Su Corazón, aquella fuente de la que brota todo su Amor y Misericordia. Dice San Juan de la Cruz en su poemario, que es una fuente escondida, de la que procede todo lo demás… Que esté oculta significa que hay que buscarlo, pero sabemos que “incluso a tientas se puede encontrar”; y además, Cristo, ha querido dejarnos su pecho abierto, para poder acceder fácilmente a su Corazón. Una imagen conmovedora la de Cristo haciendo una cueva en su pecho, un orificio, para poder entrar plenamente en Él. San Juan de la Cruz nos avisa también donde podemos encontrar este Corazón: “esta fuente está escondida, en este vivo Pan, por darnos vida”… ¡La Eucaristía! ¡Qué es el mismo Cristo de la Cruz, el mismo Cristo Resucitado, el mismo Cristo de la Ascensión! Todo el Misterio Divino, concentrado en el Pan Eucarístico. Sin este alimento, de verdad, no conseguiremos alcanzar el Corazón de Cristo… De hecho, toda la Misa, todo el Sacrificio Eucarístico, nos evoca al Corazón de Cristo hombre: el vino y el agua del cáliz, un gesto que tanto gustaba al Padre Morales (la sangre y el agua que brotaron en la lanzada); la fracción del pan (la fracción del costado de Cristo)…
- La segunda idea que se extrae de los textos, y en cierto modo del Evangelio de hoy es, precisamente, la entrega. No una entrega simplemente en nuestra parroquia, en nuestro grupito, con los de siempre… Sino una entrega total, también con los que nos cuestan: el que se fuma un porro en la universidad, el que despotrica contra la Iglesia en la sala de profesores, el rarillo que no habla de mi clase… Y, aunque quede genérico, una entrega por la sociedad en la que vivo (el Evangelio nos recuerda que hay que cumplir con las obligaciones ciudadanas y cívicas). El Padre Morales se lo pide así: “Danos ímpetu de generosidad y entrega, sin cálculo ni cobardías, para llegar a amarte como al Grade y Único Amor de nuestra vida. Haz que encontremos en Ti, purificadas y jerarquizadas, todas las cosas y personas que amamos”… Es decir, el que ama y se une al Corazón de Cristo, es para llagarse por el mundo, ofrecerse por el mundo. Y sufrir con nuestros coetáneos, y darnos sin medida en los que están cerca, claro está. Sin hacer acepción de personas. Además, nos ayudará tener como relieve la Campaña de la Visitación que empezamos el 31 de mayo y durará hasta la Virgen del Rosario: en esta campaña se nos invita a hacer de nuestra vida oración con las tres propuestas: (1) no quejarse, (2) elegir para nosotros lo peor, dejando lo mejor para los demás, y (3) vencer de la pereza, vanidad, y nuestros defectos dominantes.
Como examen de la oración, ya sabemos
cuál es el “termómetro” que hay que mirar. Toda oración es fructífera si penetra
y hace crecer nuestra fe, esperanza y caridad. ¿Cómo queda mi fe en Dios, mi
relación con Él? ¿Cómo está mi confianza en Él? ¿Me creo lo que creo? (Si
creyésemos lo que creemos… decía aquel Cardenal) Y por último, ¿me inflama en
amor a Dios y los demás? ¿Me impulsa a entregarme sin medida.
Que la Virgen, la que amó, espero,
confió con locura, y la que vivió todo esto, nos lo alcance.