“Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice,
alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios”.
Esta
invitación del Salmo nos pone en la presencia del Señor para reconocer sus
dones y querer bendecirle. ¿Que soy sin Él? ¿Hasta dónde llegarían mis cortos
pasos si Él no añadiera su misma gracia?.
Día
grande, amable, lleno de ternura y grandísimo amor al celebrar hoy el CORAZÓN
INMACULADO DE MARÍA. Impregnamos nuestra oración, nuestra contemplación de ese
amoroso corazón, con los matices que nos ofrecen hoy las lecturas y el Salmo.
La
primera lectura es como para releerla dos, tres, cuatro veces hasta que calen
de verdad esas palabras en nuestro interior. “En nombre de Cristo os pedimos
que os reconciliéis con Dios”. Si tras esta invitación todo dependiera
de nuestra fuerzas para acercarnos al Señor, dejaríamos seguramente de hacerlo,
¡tanta desconfianza siembra el pecado en nuestro interior!. Pero, entre
nosotros y Dios, hay un mediador que ha cargado con la responsabilidad de
nuestras culpas; “al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro
pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios”.
Estas
palabras esponjan nuestro corazón, pues es el mismo Cristo el que acoge, borra
las culpas y renueva la gracia perdida con el pecado. Ponemos nuestra seguridad
ya El. Tanto es así que nos dice el Salmo; “como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos”.
Si
ayuda, podemos reflexionar sobre esas palabras tremendas de María en el
evangelio; “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te
buscábamos angustiados”. Si aplico estas palabras a mí cuando, por el
pecado, me he perdido de la presencia del Señor y de María, quizás sean
fortaleza para vencer y alcanzar gracia en la tentación (misterio increíble de
optar con mi libertad por el bien o el mal).
¿Qué
supone el Corazón Inmaculado de María en mi vida? ¿La amo y me confío como niño
a sus manos maternales? Puedo renovar, cogido de su mano, la experiencia del
sacramento de la reconciliación. Y experimentar la suave brisa, nuevamente, de
la gracia, dando luz, fuerza y calor al alma, empujando al bien.
“Su madre conservaba todo esto meditándolo en su corazón”. Imitando
a la Virgen, hoy vamos a meditar el derroche de gracia que es Cristo en la cruz
para mí. Derroche que se hizo también regalo de lo más querido de su corazón; “hijo,
ahí tienes a tu madre”.