6 junio 2015. Sábado de la novena semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

El mes de junio, es el mes  corazón del año, el mes que está en el centro y por eso así como éste mes es el centro del tiempo anual, certeramente, la Iglesia espiritualmente lo dedica al Corazón de Jesús como para centrarnos en la gran realidad cristiana, “Dios es Amor” y nos lo muestra con su revelación en Jesucristo.
Pero al mes de junio le precede el de mayo,  que también de una forma certera,  la Iglesia dedica a la Virgen María que hemos celebrado  con actos especiales para mostrarle nuestro amor al ver el suyo tan grande de Madre, por quien nos vino Jesucristo envido del Padre para redimirnos,  y mostrarnos la vida eterna a la que estamos destinados, es decir, salvarnos. ¡Qué grande  y bien hecha la OBRA de la Trinidad  con la que se cierra el ciclo de Pascua y empieza el Tiempo Ordinario de nuevo!
El pasado domingo celebramos y agradecemos esta obra maravillosa, alabando y adorando a los Tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No hay acción humana que no lleve su impronta; así siempre empezamos invocándoles y haciendo  la señal de la cruz para que haya buen fruto.
Abelardo solía poner sobre su mesa, las imágenes del Corazón de Jesús para ayudarle   y aún me acuerdo cuando se hizo la entrada por primera vez en el Hogar de la calle Écija quiso que fueran ellos los guías y protectores en el Hogar que es Centro de irradiación de la Cruzada y Milicia. En el 2º piso, para entrar en las salas de Milicia, hay que pasar por la imagen del Corazón de Jesús iluminado día y noche. Esa imagen entró de las manos de  Abe. En este mes y para este día, se ha recogido un texto que puede servir para nuestra oración:
“SI NO OS HACÉIS COMO NIÑOS, NO ENTRARÉIS EN EL REINO DE LOS CIELOS” (Mt 18, 3)
¡Cómo debió grabarse la escena en la retina de los apóstoles! Jesús abrazando a un niño. Les enseñaba mediante la pedagogía de “lección vista, lección aprendida y lección aprendida, lección practicada”.
Hacerse niño es difícil. Nuestra suficiencia no nos deja hacerlo. Pero cuántas lecciones nos dan. Y qué provechosas nos serían si las imitásemos.
—Papá, papá, yo —decía un chiquitín a su padre, queriendo pulsar el botón del ascensor.
—Pero hijo, si no llegas.
—No importa —dice el niño—. Si tú me aúpas…
¿Qué diría santa Teresa de este niño que sabe que en los brazos de su padre puede llegar a donde su talla no le permite?
Me cuenta un padre de familia que estando hablando con un compañero de su empresa, les acompañaba su hijo de cuatro años. En la conversación surgen multitud de problemas y dificultades. De pronto el amigo se dirige al niño y le dice:
—Y tú, Luis, ¿no tienes problemas?
—No —respondió—. Yo soy un niño y los niños no tenemos problemas.
¡Qué bonito! Pero qué difícil, cuando debiera ser tan sencillo. Saber hacerse niño.
Me contaba un amigo la conversación entre su esposa y su hijo menor de ocho años:
—¡Cuánto te quiero, hijo mío! —le dice su madre.
—Yo te quiero más —responde el niño.
—No, un hijo no puede querer más a su madre que ella a él.
—Sí, mamá, porque soy un niño y no tengo problemas, y te puedo querer del todo.
¿Por qué no esforzarnos en hacernos niños? Jesús nos lo solicita: si no nos hacemos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos. Parece que debería ser sencillo y bastarnos el abandono total en brazos del Padre de los Cielos para cumplir la exhortación del Señor, pero el Reino de los Cielos padece violencia y sólo lo arrebatan los esforzados que se la hacen (Mt 11, 12). El esfuerzo merece la pena. Todo consiste en empequeñecerse. Buscar el último lugar. No querer ser personita. No complicarse. Confiar y abandonarse en Dios. Poner el futuro en sus manos providentes y el pasado en sus llagas misericordiosas. Vivir el presente en su regazo de Padre-Madre.
El peligro está en nuestro querer ser grandes e importantes. ¿Cómo saber ser pequeños y aceptar nuestra verdadera dimensión? Vayamos a la Virgen. El afecto por nuestra madre, el cariño a su ternura, la mirada a sus ojos maternales, nos devuelve a nuestra infancia espiritual. Ella nos hará sencillos, puros, transparentes, pequeños, predilectos de su Corazón. Ella nos hará fuertes por la paciencia, de corazón humilde, verdaderos hijos en sus brazos de Madre.

Desde Écija, contemplando a Abe todos los días, vemos cómo se cumplen en él esto de lo que nos hablaba. Como un niño, siempre sonriendo, alegre, sin un ¡Ay! abrazado a la voluntad del Señor, a lo que dispongan: caminar, sentase, comer, dormir, doblar la servilleta, ojear la revista “Estar” donde todavía reconoce algo y se reconoce, asintiendo cuando se le señala. Tiene algo especial este “señor”, dicen, cuando le visitan los desconocidos. Y a los conocidos nos atrae que no podemos menos de acariciarlo, abrazarlo y besarlo. Es un regalo, mejor, una gracia. Invitamos que aquellos que le conocieron sobre todo, no dejen de pasar a verlo en esta etapa de su vida por la que Dios le lleva, en la que se cumple todo lo que nos hablaba.

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