El mes de junio, es el mes corazón
del año, el mes que está en el centro y por eso así como éste mes es el centro
del tiempo anual, certeramente, la Iglesia espiritualmente lo dedica al Corazón
de Jesús como para centrarnos en la gran realidad cristiana, “Dios es Amor” y
nos lo muestra con su revelación en Jesucristo.
Pero al mes de junio le precede el de
mayo, que también de una forma certera, la Iglesia dedica a la
Virgen María que hemos celebrado con actos especiales para mostrarle
nuestro amor al ver el suyo tan grande de Madre, por quien nos vino Jesucristo
envido del Padre para redimirnos, y mostrarnos la vida eterna a la que
estamos destinados, es decir, salvarnos. ¡Qué grande y bien hecha la OBRA
de la Trinidad con la que se cierra el ciclo de Pascua y empieza el
Tiempo Ordinario de nuevo!
El pasado domingo celebramos y
agradecemos esta obra maravillosa, alabando y adorando a los Tres, Padre, Hijo
y Espíritu Santo. No hay acción humana que no lleve su impronta; así siempre
empezamos invocándoles y haciendo la señal de la cruz para que haya buen
fruto.
Abelardo solía poner sobre su mesa, las
imágenes del Corazón de Jesús para ayudarle y aún me acuerdo cuando
se hizo la entrada por primera vez en el Hogar de la calle Écija quiso que
fueran ellos los guías y protectores en el Hogar que es Centro de irradiación
de la Cruzada y Milicia. En el 2º piso, para entrar en las salas de Milicia,
hay que pasar por la imagen del Corazón de Jesús iluminado día y noche. Esa
imagen entró de las manos de Abe. En este mes y para este día, se ha
recogido un texto que puede servir para nuestra oración:
“SI NO OS HACÉIS COMO NIÑOS, NO
ENTRARÉIS EN EL REINO DE LOS CIELOS” (Mt 18, 3)
¡Cómo debió grabarse la escena en la
retina de los apóstoles! Jesús abrazando a un niño. Les enseñaba mediante la
pedagogía de “lección vista, lección aprendida y lección aprendida, lección
practicada”.
Hacerse niño es difícil. Nuestra
suficiencia no nos deja hacerlo. Pero cuántas lecciones nos dan. Y qué
provechosas nos serían si las imitásemos.
—Papá, papá, yo —decía un chiquitín a su
padre, queriendo pulsar el botón del ascensor.
—Pero hijo, si no llegas.
—No importa —dice el niño—. Si tú me
aúpas…
¿Qué diría santa Teresa de este niño que
sabe que en los brazos de su padre puede llegar a donde su talla no le permite?
Me cuenta un padre de familia que
estando hablando con un compañero de su empresa, les acompañaba su hijo de
cuatro años. En la conversación surgen multitud de problemas y dificultades. De
pronto el amigo se dirige al niño y le dice:
—Y tú, Luis, ¿no tienes problemas?
—No —respondió—. Yo soy un niño y los
niños no tenemos problemas.
¡Qué bonito! Pero qué difícil, cuando
debiera ser tan sencillo. Saber hacerse niño.
Me contaba un amigo la conversación
entre su esposa y su hijo menor de ocho años:
—¡Cuánto te quiero, hijo mío! —le dice
su madre.
—Yo te quiero más —responde el niño.
—No, un hijo no puede querer más a su
madre que ella a él.
—Sí, mamá, porque soy un niño y no tengo
problemas, y te puedo querer del todo.
¿Por qué no esforzarnos en hacernos
niños? Jesús nos lo solicita: si no nos hacemos como niños no entraremos en el
Reino de los Cielos. Parece que debería ser sencillo y bastarnos el abandono
total en brazos del Padre de los Cielos para cumplir la exhortación del Señor,
pero el Reino de los Cielos padece violencia y sólo lo arrebatan los esforzados
que se la hacen (Mt 11, 12). El esfuerzo merece la pena. Todo consiste en
empequeñecerse. Buscar el último lugar. No querer ser personita. No
complicarse. Confiar y abandonarse en Dios. Poner el futuro en sus manos
providentes y el pasado en sus llagas misericordiosas. Vivir el presente en su
regazo de Padre-Madre.
El peligro está en nuestro querer ser
grandes e importantes. ¿Cómo saber ser pequeños y aceptar nuestra verdadera
dimensión? Vayamos a la Virgen. El afecto por nuestra madre, el cariño a su
ternura, la mirada a sus ojos maternales, nos devuelve a nuestra infancia
espiritual. Ella nos hará sencillos, puros, transparentes, pequeños,
predilectos de su Corazón. Ella nos hará fuertes por la paciencia, de corazón
humilde, verdaderos hijos en sus brazos de Madre.
Desde Écija, contemplando a Abe todos
los días, vemos cómo se cumplen en él esto de lo que nos hablaba. Como un niño,
siempre sonriendo, alegre, sin un ¡Ay! abrazado a la voluntad del Señor, a lo
que dispongan: caminar, sentase, comer, dormir, doblar la servilleta, ojear la
revista “Estar” donde todavía reconoce algo y se reconoce, asintiendo cuando se
le señala. Tiene algo especial este “señor”, dicen, cuando le visitan los
desconocidos. Y a los conocidos nos atrae que no podemos menos de acariciarlo,
abrazarlo y besarlo. Es un regalo, mejor, una gracia. Invitamos que aquellos que
le conocieron sobre todo, no dejen de pasar a verlo en esta etapa de su vida
por la que Dios le lleva, en la que se cumple todo lo que nos hablaba.