8 junio 2015. Lunes de la décima de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

* Primera lectura: Durante dos semanas leemos en la Misa una selección de la segunda carta de Pablo a los cristianos de Corinto, la populosa ciudad griega donde él había fundado una comunidad, durante su prolongada estancia de los años 50-52. Esta carta la escribe hacia el 57 y refleja los problemas que a su corazón de apóstol le ocasionaba aquella comunidad.
Ya en la primera carta se trataban temas muy vivos: abusos, consultas, la marcha de las asambleas litúrgicas, las dudas sobre la resurrección. En la segunda se refleja otra serie de dificultades.
Esta carta de Pablo es muy personal. En ella se retrata muy vivamente a sí mismo, con sus problemas y alegrías. De principio a fin de la carta, presenta una apología encendida de su ministerio apostólico, porque algunos lo atacaban y, por tanto, se corría peligro de que llegaran a menospreciar u olvidar el Evangelio que les había anunciado.
La carta comienza con un saludo de Pablo, que desea la gracia y la paz del Padre y del Señor Jesucristo «a la Iglesia de Dios que está en Corinto». En seguida refleja las contradicciones que ha encontrado en esa comunidad: habla de luchas y sufrimientos. Pero las palabras que más veces aparecen son: «consuelo», «consolación», «aliento», «ánimo», «esperanza». Prevalece la confianza en Dios: en él ha encontrado Pablo la fuente de su fuerza. Aunque haya sufrido tribulaciones, «ha rebosado en proporción más el ánimo». Más aún: como se siente confortado por Dios, a su vez quiera ser el animador y alentador de los Corintios: «repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios», «si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo». Esa es la misión de un apóstol.

El salmo destaca la bondad de Dios: «gustad y ved qué bueno es el Señor», «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias». Ahí está la raíz de la esperanza de un apóstol: la confianza en Dios. Podemos rezar nosotros con el salmo: «me libró de todas mis ansias... gustad y ved qué bueno es el Señor». Orar despacio, saboreando estas palabras, llenan y “espojan” el alma de confianza en el Amor del Señor.

* Evangelio: En el número 1717 del Catecismo de la Iglesia Católica se dice de este pasaje evangélico: “las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas que sostienen la esperanza en las tribulaciones”.
Entre las muchas riquezas que encontramos en este pasaje hay una que está presente en todos los hombres y es su deseo y lucha por alcanzar la felicidad. Lo que encontramos en el fondo de las bienaventuranzas es el deseo natural de ser felices. Porque, ¿quién no quisiera la paz en este mundo o contar con un corazón limpio que ame a todos como Cristo amó o ser consolado cuando le asaltan las tribulaciones? Es una búsqueda continua la que se da en nuestro interior por alcanzar la felicidad en nuestras vidas. Pero démonos cuenta de que la felicidad no es algo que nos regalan de una vez y ya está hecho. Es una conquista diaria.
Las bienaventuranzas nos enseñan por tanto a buscar la felicidad no en las cosas sino en Cristo, en un esfuerzo por lograr la paz, la pureza de corazón, la humildad, la mansedumbre, la justicia, etc. En ellas descubrimos la meta de nuestra existencia y el fin último de nuestros actos.

ORACIÓN FINAL:

Dios y Padre de nuestro salvador Jesucristo, que en María, virgen santa y madre diligente, nos has dado la imagen de la Iglesia; envía tu Espíritu en ayuda de nuestra debilidad, para que perseverando en la fe crezcamos en el amor y avancemos juntos hasta la meta de la bienaventurada esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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