En los textos del
evangelio que vamos leyendo a lo largo de esta semana, el Señor nos propone una
constante comparación entre los criterios de actuación según el mundo y según
el corazón de Cristo:
“Habéis oído que se dijo… yo en cambio os digo”“si amáis a los que os aman ¿qué…?”“Tú, en cambio (…) que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”“Cuando recéis no uséis muchas palabras como…”“no atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen”“No podéis servir a Dios y al dinero”
Parece que el Señor nos
plantea una constante negativa: no, no, no, respecto al modo de actuar del
mundo. Cuando realmente lo que nos plantea es un modo de vida sobrenatural,
basado en una visión trascendente de esta vida. “No os engañéis”, nos viene a
decir, que esta vida no es la definitiva, por eso, es un disparate atesorar tesoros en
esta tierra, porque se diluirán como unos cubitos de hielo que pretendiéramos
acumular en el mar.
“Donde está tu tesoro
allí está tu corazón”, nos dice el evangelio, y ¿cómo podemos saber dónde está
nuestro tesoro? ¿Dónde tenemos puesto el corazón?. Muy sencillo, piensa en tu
rato de oración cuáles son tus intereses, tus anhelos, tus ilusiones. ¿Con qué
idea te despiertas cuando te levantas por la mañana? ¿Hacia dónde se despista
tu imaginación una y otra vez? Evidentemente uno puede poner todo el corazón en
aquello que hace, especialmente si es una buena obra, y eso no es malo. Pero
también deberíamos preguntarnos: ¿de qué cosas no sería capaz de prescindir?
¿Qué me produce irritación, qué me produce angustia? ¿De qué tengo miedo? ¿Qué
temo perder? ¿Hay cosas en mi vida que se anteponen al prójimo, a Dios mismo?
Porque es entonces cuando podemos descubrir esos “pequeños tesoros” donde tengo
puesto el corazón imperceptiblemente. Esos “amorcejos que tienen usurpado el
nombre al verdadero amor”, que diría Santa Teresa. Esos hilillos, a veces
redes, quizás cadenas… que me esclavizan. Como está esclavizado el mundo a la
imagen, al qué dirán, al culto al cuerpo, al dinero…
Pidámosle al Corazón de
Jesús en este día que haga nuestro corazón semejante al suyo. Que seamos
capaces de ver las cosas como él las ve, con el ojo de la Fe, para aprender a
vivir en la paz de Dios porque si tu corazón no vive de fe, tu corazón estará a
oscuras.