Ven, Espíritu Santo, y enciende mi alma
en el fuego del amor de Dios. Este es mi deseo al comenzar este rato de
meditación.
A punto de concluir este mes de Junio,
dedicado especialmente al Corazón de Jesús, nos es fácil ponernos en la
presencia del Señor a través del amor que brota de su Corazón, lleno de
misericordia.
Tres líneas de pensamiento para nuestra
oración:
Primera:
Dios no hizo la muerte, ni goza
destruyendo. Nos ha creado para la inmortalidad. Estamos hechos a su imagen.
Estas ideas que nos propone la primera lectura del libro de la Sabiduría, nos
colocan ya en la verdadera dimensión del trato con Dios. Hay cercanía, hay
semejanza, hay amor.
Segunda:
Es una invitación a la generosidad. Si
Dios nos ha creado a su imagen, todas las personas tienen la impronta del Señor
en su ser. Por eso mismo tenemos que trabajar para que nadie pase necesidad. “Al
que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”
La caridad en la Iglesia y en cada
cristiano tiene su fuente y origen en Dios. Brota desde el primer momento de
nuestra existencia. Por tanto es una llamada a vivirla en plenitud con los
necesitados de toda dolencia moral, material o espiritual.
Tercera:
Jesús va siempre más allá de lo que le
pedimos. El Evangelio de hoy es una muestra clara de que no se ahorra en curar
de toda dolencia. Basta que tengamos fe, como le pide a Jairo para poder
resucitar a su hija.
También está la fe de esta mujer que se
acerca para tocarle con la certeza de que este solo hecho la curaría, como así
fue.
Cada uno de nosotros nos acercamos en
este momento a Cristo para tocarle con nuestro amor, con nuestra fe, con
nuestra confianza. Necesitamos ser curados, tal vez resucitados de una muerte
espiritual. Jesús llevará a cabo el milagro si tenemos fe.
Que esta oración de hoy fortalezca de
verdad nuestra confianza en Dios. Muchos tocaban a Jesús entre la multitud,
pero esta mujer le tocó de una manera diferente. Esta es la clave de
acercamiento; lo hemos hecho muchas veces, pero, tal vez hoy, es el día en que
lo hacemos de un modo nuevo, tan nuevo que nos cura, nos cambia del todo.
La mujer tocó el manto. Nosotros tocamos
la carne y la sangre de Cristo en la Eucaristía.
Le pedimos a María que nos enseñe este
camino de aproximación a Jesús para que podamos experimentar toda su
gracia salvadora.