16 octubre 2015. Viernes de la XXVIII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Con todo acierto la liturgia de la Misa nos presenta en relación los textos de la 1ª lectura y del salmo penitencial. San Pablo en este pasaje de la carta a los Romanos se apropia del primer versículo del salmo 31: “Bienaventurados aquellos cuyas maldades fueron perdonadas, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre a quien el Señor no imputa culpa alguna”.
De hecho, no es la única Bienaventuranza neotestamentaria que se apoya en un salmo. Cuando Jesús, en el Sermón del Monte proclama: “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5, 4), sin duda estaría recordando el pasaje “los mansos poseerán la tierra” (Salmo 37, 11).
El salmo 31 citado por san Pablo (y que completo hemos de tenerlo ante nosotros) es una oración de acción de gracias tras reconocerse uno perdonado. Han pasado el sufrimiento reconocido como castigo, la confesión del pecado, el perdón de Dios. Ahora el orante medita sobre la experiencia entera o la comunica a otros. Es la nueva dicha, la felicidad recobrada.
Pero el perdón no se nos ha concedido por buena conducta, por méritos adquiridos, sino simplemente porque, reconociéndonos pecadores pedimos perdón al Señor nuestro Dios. “Si reconocemos nuestros pecados, Dios que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y nos limpia de toda injusticia” (1 Jn 1, 8).
Nos sentimos perdonados y, con el salmista, expresamos en términos personales y generales nuestra experiencia. Pero aunque nos parecería pensar que el acto penitencial ha terminado no es así. En ese momento (versículo 9), el Señor interviene para recordarnos que al arrepentimiento y perdón debe seguir el propósito de la enmienda. Por eso nos indica el nuevo camino que debemos seguir: “No seáis irracionales, como caballos o mulos, cuyo brío hay que domar con rienda y freno”.
El Señor nos asegura su protección y nos recuerda paternalmente que la terquedad de no querer reconocer la propia culpa, prolonga y agrava la situación de desgracia.
Convirtamos nuestra oración, con el salmista, en un canto de acción de gracias. Reconociendo de dónde nos viene todo bien; reconociendo que hemos sido librados únicamente por su amor; reconociendo la nueva resurrección a la que hemos sido llevados tras la muerte del pecado.

Con esta invitación final a la alegría y a la acción de gracias, que cierran el salmo, hemos de cerrar también nuestra oración.

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