Con
todo acierto la liturgia de la Misa nos presenta en relación los textos de la
1ª lectura y del salmo penitencial. San Pablo en este pasaje de la carta a los
Romanos se apropia del primer versículo del salmo 31: “Bienaventurados aquellos
cuyas maldades fueron perdonadas, y cubiertos sus pecados. Dichoso el hombre a
quien el Señor no imputa culpa alguna”.
De hecho, no es la única Bienaventuranza neotestamentaria
que se apoya en un salmo. Cuando Jesús, en el Sermón del Monte proclama:
“Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra” (Mt 5, 4), sin
duda estaría recordando el pasaje “los mansos poseerán la tierra” (Salmo 37,
11).
El salmo 31 citado por san Pablo (y que completo hemos de
tenerlo ante nosotros) es una oración de acción de gracias tras reconocerse uno
perdonado. Han pasado el sufrimiento reconocido como castigo, la confesión del
pecado, el perdón de Dios. Ahora el orante medita sobre la experiencia entera o
la comunica a otros. Es la nueva dicha, la felicidad recobrada.
Pero el perdón no se nos ha concedido por buena conducta,
por méritos adquiridos, sino simplemente porque, reconociéndonos pecadores
pedimos perdón al Señor nuestro Dios. “Si reconocemos nuestros pecados, Dios
que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y nos limpia de toda injusticia”
(1 Jn 1, 8).
Nos sentimos perdonados y, con el salmista, expresamos en
términos personales y generales nuestra experiencia. Pero aunque nos parecería
pensar que el acto penitencial ha terminado no es así. En ese momento
(versículo 9), el Señor interviene para recordarnos que al arrepentimiento y perdón
debe seguir el propósito de la enmienda. Por eso nos indica el nuevo camino que
debemos seguir: “No seáis irracionales, como caballos o mulos, cuyo brío hay
que domar con rienda y freno”.
El Señor nos asegura su protección y nos recuerda
paternalmente que la terquedad de no querer reconocer la propia culpa, prolonga
y agrava la situación de desgracia.
Convirtamos nuestra oración, con el salmista, en un canto
de acción de gracias. Reconociendo de dónde nos viene todo bien; reconociendo
que hemos sido librados únicamente por su amor; reconociendo la nueva
resurrección a la que hemos sido llevados tras la muerte del pecado.
Con esta invitación final a la alegría y a la acción de
gracias, que cierran el salmo, hemos de cerrar también nuestra oración.