Jesús va camino de Jerusalén, sabe
que allí está su meta para cumplir la voluntad del Padre. Pero mientras va de
camino se detiene de vez en cuando para curar, enseñar a la gente y más
especialmente a sus discípulos.
Hoy Jesús se ha detenido. Los
discípulos se sientan a su lado, rodeándole para no perder ni una sola de sus
palabras. Son sus íntimos, los que gozan de una cercanía y amistad con el
Señor. Te invito a que te sientes entre ellos y escuches las palabras de salvación
que pronuncia Jesús.
Jesús nos invita a la vigilancia:
“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas…” Es la imagen del que está
preparado y vigilante. En la mente de aquellos primeros discípulos, hijos del
pueblo de Israel, se forma la imagen de la celebración de la Pascua, del paso
del Señor: “con la cintura ceñida, los pies calzados y el bastón en la mano”
(Ex 12, 11). Es la imagen del caminante y del peregrino, siempre dispuesto a
ponerse en marcha.
La imagen de las lámparas encendidas
indica la actitud atenta del que está a la espera y no se duerme. Porque el
Señor va a pasar por nuestras vidas cuando menos lo esperamos. Como nos
recordaba el Papa Francisco, recodando una expresión de san Agustín, en una de
sus homilías: “Tengo miedo cuando pasa el Señor”. ¿Por qué? “Porque tengo miedo
de que pase y no me dé cuenta”. Y el Señor pasa en nuestra vida como ha
sucedido (…) en la vida de Pedro, de Santiago, de Juan».
No darme cuenta de que pasa el Señor:
ese es el único motivo válido para nuestro temor. Pero no es el temor el que
nos tiene que mantener vigilantes sino el amor del que espera al amigo y se
recrea en la espera por el gozo que se avecina en el encuentro.
Va a venir el Señor y va a llamar a
nuestra puerta. Esa es la certeza que nos tendría que mantener despiertos y
vigilantes. No sabemos si vendrá al principio de la noche, quizás un poco más
tarde o a la madrugada. Yo solamente sé que tengo que esperarle.
Si me mantengo vigilante entonces
conoceré la dicha. Es una nueva bienaventuranza que oímos en los labios de
Jesús: “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en
vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos
ellos”.
La promesa que el Señor me hace es
una promesa de intimidad: “los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. Y
esta promesa me lleva a la Eucaristía. ¿Qué más puedo pedir?
Vuelve a leer el evangelio muy
despacio. Escucha las palabras de Jesús porque son para ti. Van directas a tu
corazón. Acógelas y guárdalas en tu corazón, a imitación de María. Y ahora, al
final de esta oración inicia un diálogo de amistad con el Señor.
Señor, tú conoces mi fragilidad y mi
nada. Ayúdame tú a esperarte vigilando, esforzándome por construir un mundo
mejor, iluminados mis ojos y mi corazón con tu palabra, y cansadas mis manos de
servirte en los demás.