20 octubre 2015. Martes de la XXIX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Jesús va camino de Jerusalén, sabe que allí está su meta para cumplir la voluntad del Padre. Pero mientras va de camino se detiene de vez en cuando para curar, enseñar a la gente y más especialmente a sus discípulos.
Hoy Jesús se ha detenido. Los discípulos se sientan a su lado, rodeándole para no perder ni una sola de sus palabras. Son sus íntimos, los que gozan de una cercanía y amistad con el Señor. Te invito a que te sientes entre ellos y escuches las palabras de salvación que pronuncia Jesús.
Jesús nos invita a la vigilancia: “Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas…” Es la imagen del que está preparado y vigilante. En la mente de aquellos primeros discípulos, hijos del pueblo de Israel, se forma la imagen de la celebración de la Pascua, del paso del Señor: “con la cintura ceñida, los pies calzados y el bastón en la mano” (Ex 12, 11). Es la imagen del caminante y del peregrino, siempre dispuesto a ponerse en marcha.
La imagen de las lámparas encendidas indica la actitud atenta del que está a la espera y no se duerme. Porque el Señor va a pasar por nuestras vidas cuando menos lo esperamos. Como nos recordaba el Papa Francisco, recodando una expresión de san Agustín, en una de sus homilías: “Tengo miedo cuando pasa el Señor”. ¿Por qué? “Porque tengo miedo de que pase y no me dé cuenta”. Y el Señor pasa en nuestra vida como ha sucedido (…) en la vida de Pedro, de Santiago, de Juan».
No darme cuenta de que pasa el Señor: ese es el único motivo válido para nuestro temor. Pero no es el temor el que nos tiene que mantener vigilantes sino el amor del que espera al amigo y se recrea en la espera por el gozo que se avecina en el encuentro.
Va a venir el Señor y va a llamar a nuestra puerta. Esa es la certeza que nos tendría que mantener despiertos y vigilantes. No sabemos si vendrá al principio de la noche, quizás un poco más tarde o a la madrugada. Yo solamente sé que tengo que esperarle.
Si me mantengo vigilante entonces conoceré la dicha. Es una nueva bienaventuranza que oímos en los labios de Jesús: “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos”.
La promesa que el Señor me hace es una promesa de intimidad: “los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. Y esta promesa me lleva a la Eucaristía. ¿Qué más puedo pedir?
Vuelve a leer el evangelio muy despacio. Escucha las palabras de Jesús porque son para ti. Van directas a tu corazón. Acógelas y guárdalas en tu corazón, a imitación de María. Y ahora, al final de esta oración inicia un diálogo de amistad con el Señor.

Señor, tú conoces mi fragilidad y mi nada. Ayúdame tú a esperarte vigilando, esforzándome por construir un mundo mejor, iluminados mis ojos y mi corazón con tu palabra, y cansadas mis manos de servirte en los demás.

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