17 octubre 2015. Sábado de la XXVIII semana de T. O. – San Ignacio de Antioquía – Puntos de oración

“Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí; vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2, 19-20)
Este es el pórtico de entrada a la misa del día en el que celebramos al obispo mártir san Ignacio de Antioquía que fue condenado a ser devorado por las fieras y escribió cartas a distintas iglesias para que no impidieran que fuera  pasto de las fieras, los cristianos con sus oraciones y le  apartasen de tal gracia como es la de dar la vida como Jesús.
Si consideramos la Misa como una catedral o basílica, el pórtico de entrada siempre hace referencia de alguna manera sublime al núcleo central de nuestra fe que es la pasión, muerte y resurrección de Jesús nuestro Salvador.
De la misma forma, la liturgia en cada misa, con la antífona de entrada trata de introducirnos al misterio que vamos a celebrar. Por eso no podemos empezar distraídos, sino atentos pues en las palabras iniciales se va a sustentar todo el meollo de la celebración, nada más y nada menos  que la réplica, es decir que hoy en la misa se vuelve a reproducir. ¡Qué gran misericordia la del Señor! No nos puede extrañar que el papa Francisco proclame un año dedicado a la Misericordia. La palabra que más aparece en la Biblia, tanto es así que el salmo 136, no hace más que repetir “porque es eterna su misericordia” para que se nos meta bien en la cabeza, también frase de Jesús que les decía a los discípulos recordándoles lo que tenía que padecer.
También a nosotros se nos tiene meter de  tal forma que no desconfiemos jamás de su bondad. Y que el camino más seguro es el de Ignacio, ejemplo que sigue a Pablo como nos dice el mismo en la primera lectura: “Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mi”
Los dos caminaron atados con cadenas a Roma como Pedro para derramar su sangre. Podemos acompañarles y ver su valor, su fe inquebrantable que nos transmiten si nos acercamos a ellos como lo hacían los primeros cristianos cuando se enteraban de su paso, se acercaban y se cruzaban palabras de aliento, firmes en la fe como nos dice san Pablo más adelante, como peregrinos “ciudadanos del cielo donde aguardamos un Salvador: El Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo  de su condición gloriosa, con esa energía que posee para someterlo todo”.
Nos metemos en el séquito de los mártires que, como ayer o como hoy en estos momentos, seguro alguno está en la misma situación entre los perseguidos, en destierro o refugiados.
Y como ellos siguiendo su ejemplo lleguemos un día a la nave central, al crucero de la Gloria para cantar todos juntos con María, Reina y Madre de los mártires “estos son los que vienen de la gran tribulación” y su ejemplo sea nuestra fuerza.
Que La Virgen nos ayude a ser trigo de Cristo, molido en los dientes de las  fieras, a fin de llegar a ser blanco pan, como decía Ignacio en sus cartas a los cristianos que andaban tratando de evitar su martirio.

Estemos muy atentos a las oraciones y lecturas de la misa, que Dios nos habla hoy de grandes cosas y más cuando se haga presente en el altar, donde se consuma una vez más el sacrificio de la Cruz y con él el de tantos mártires.

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