“Estoy crucificado con Cristo; vivo
yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí; vivo de la fe en el Hijo de
Dios que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2, 19-20)
Este es el pórtico de entrada a la misa del día en el que
celebramos al obispo mártir san Ignacio de Antioquía que fue condenado a ser
devorado por las fieras y escribió cartas a distintas iglesias para que no
impidieran que fuera pasto de las fieras, los cristianos con sus
oraciones y le apartasen de tal gracia como es la de dar la vida como
Jesús.
Si consideramos la Misa como una catedral o basílica, el
pórtico de entrada siempre hace referencia de alguna manera sublime al núcleo
central de nuestra fe que es la pasión, muerte y resurrección de Jesús nuestro
Salvador.
De la misma forma, la liturgia en cada misa, con la
antífona de entrada trata de introducirnos al misterio que vamos a celebrar.
Por eso no podemos empezar distraídos, sino atentos pues en las palabras
iniciales se va a sustentar todo el meollo de la celebración, nada más y nada
menos que la réplica, es decir que hoy en la misa se vuelve a reproducir.
¡Qué gran misericordia la del Señor! No nos puede extrañar que el papa
Francisco proclame un año dedicado a la Misericordia. La palabra que más
aparece en la Biblia, tanto es así que el salmo 136, no hace más que repetir
“porque es eterna su misericordia” para que se nos meta bien en la cabeza,
también frase de Jesús que les decía a los discípulos recordándoles lo que
tenía que padecer.
También a nosotros se nos tiene meter de tal forma
que no desconfiemos jamás de su bondad. Y que el camino más seguro es el de
Ignacio, ejemplo que sigue a Pablo como nos dice el mismo en la primera
lectura: “Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que
tenéis en mi”
Los dos caminaron atados con cadenas a Roma como Pedro
para derramar su sangre. Podemos acompañarles y ver su valor, su fe
inquebrantable que nos transmiten si nos acercamos a ellos como lo hacían los
primeros cristianos cuando se enteraban de su paso, se acercaban y se cruzaban
palabras de aliento, firmes en la fe como nos dice san Pablo más adelante, como
peregrinos “ciudadanos del cielo donde aguardamos un Salvador: El Señor
Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de
su condición gloriosa, con esa energía que posee para someterlo todo”.
Nos metemos en el séquito de los mártires que, como ayer o
como hoy en estos momentos, seguro alguno está en la misma situación entre los
perseguidos, en destierro o refugiados.
Y como ellos siguiendo su ejemplo lleguemos un día a la
nave central, al crucero de la Gloria para cantar todos juntos con María, Reina
y Madre de los mártires “estos son los que vienen de la gran tribulación” y su
ejemplo sea nuestra fuerza.
Que La Virgen nos ayude a ser trigo de Cristo, molido en
los dientes de las fieras, a fin de llegar a ser blanco pan, como decía
Ignacio en sus cartas a los cristianos que andaban tratando de evitar su
martirio.
Estemos muy atentos a las oraciones y lecturas de la misa,
que Dios nos habla hoy de grandes cosas y más cuando se haga presente en el
altar, donde se consuma una vez más el sacrificio de la Cruz y con él el de
tantos mártires.