Vamos a imaginarnos este domingo como
un tetraedro –de cuatro caras, como sabemos- para poderlo mirar desde alguna de
las perspectivas que permite tal poliedro para hacer la oración.
Una cara: es domingo. Y eso debe
ponernos en un clima festivo de oración: agradecimiento al Padre de los cielos
por la Creación; agradecimiento al Hijo, que nos redimió con su muerte y
resurrección que hoy celebramos; al Espíritu Santo, que nos permite expresar y
recibir el amor del Padre y del Hijo. Domingo, día del Señor, día para el
Señor, día con el Señor.
Otra cara: es 4 de octubre. Y se
recuerda a san Francisco de Asís, aquel santo “pobre” y predicador de la
pobreza, tan sensible a las cosas de Dios que le llevó a proclamar: “Laudato
si, oh, mi Signore…” Y, 800 años más tarde, uno que lleva su nombre, el
Papa Francisco, tomó esta alabanza para hablarnos a todos de amar a la
naturaleza y, sobre todo, al ser humano. También podemos rezar con esto.
Otra cara, y van tres: están las
lecturas 1ª y 3ª de la Misa de hoy. Y nos hablan del sacramento del matrimonio,
de su indisolubilidad en el amor. ¡Qué términos más bonitos en ambas lecturas
para meditar sobre lo que es el verdadero amor entre un hombre y una mujer!
Fijémonos en algunos y recemos con ellos:
- No está bien que el hombre esté solo…
- ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!
- Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
- Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
- Dejad que los niños se acerquen a mí… (Sí, este término, entre otras cosas, nos habla también del verdadero amor entre hombre y mujer, un amor que lleva a aceptar como venidos de Dios todos los hijos que engendran por amor).
Y otra cara más, y completamos ya el
tetraedro: está el precioso salmo de hoy, y que propongo como última forma de
orar hoy.
- Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Se trata de una bendición, como se
puede observar. ¡Que nuestra boca bendiga y no maldiga! «Bendecid a los que os maldicen» (Lc 6,28); y luego san Pablo: «Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no
maldigáis» (Rom 12,14).
Pidamos la bendición de Dios y demos nuestra bendición a todos, incluso a los
que nos persiguen o nos maldicen. Bendecimos, no porque seamos corteses, sino
porque nosotros hemos sido bendecidos primero, porque la esencia del
cristianismo es llenar de la bendición de Dios esta tierra nuestra querida y
cada uno de sus hombres y mujeres; porque de lo que está lleno el corazón habla
la boca.
Salgamos de la oración de hoy –y esta
puede ser la prueba de que hemos rezado bien- llenando el día de bendiciones.
En el balance, al atardecer del día, examinémonos del amor, de la bendición
recibida, de las bendiciones emitidas.
Elige la cara del tetraedro desde la
que vas a mirar y buena oración.
PD: Si eliges más de una cara para mirar, no pasa nada, nadie
se va enterar… ¿o sí?