En
esta ocasión, me vais a permitir que me haga eco de uno de los escritos que tenemos
del P. Tomás Morales, S.J. para comentar el evangelio de este día. El hace
alusión al mismo de una manera magistral en su obra Hora de los laicos:
Fermento y grano de mostaza
· El
Evangelio perfila tu vocación bautismal. Eres levadura en la masa; pero no lo
comprenderás en toda su profundidad si no iluminas esta parábola con la del
grano de mostaza. Jesús se propone con ambas comparaciones descubrir la
naturaleza íntima y el progresivo desarrollo del Reino de los Cielos en ti y en
los demás. Íntimamente ligadas en su pensamiento divino, no se las comprende si
se las disloca y, en cambio, se entienden con más facilidad al relacionarlas.
· En
los huertos de Palestina siempre se ha cultivado la mostaza por sus
propiedades medicinales. Por eso la compara el Señor a otras semillas. Las
palabras con que lo hace, como todas las del Evangelio, exhalan aroma de
naturaleza, huelen a tierra recién labrada, a agua oreada por el viento, a árboles
cuajados de frutos, o a cosechas maduras bajo el sol de junio.
· Los
granos de mostaza, pequeños globulillos negros, florecen en número de cuatro a
seis agazapados en una vaina protectora. Diminutos, insignificantes, su
pequeñez es proverbial entre los judíos. Al ver a un hombre de reducida
estatura, dicen «pequeño como grano de mostaza».
· Jesús
se recrea describiéndonos su insignificancia inicial y su prodigioso desarrollo
ulterior. Es la «menor de las semillas». Alcanza al crecer hasta tres metros de
altura, subdividiendo su tallo en multitud de ramas. Por eso el Maestro,
hiperbólicamente, lo llama «árbol».
· Los
pájaros, muy aficionados a sus granos, se posan en sus ramas para picotearlos
más fácilmente. La diminuta semilla se ha hecho árbol..., y «vienen las aves del cielo y se
cobijan a su sombra» (Mt 13,32). Todos
estos detalles hacen resaltar la formidable fuerza expansiva del granito
minúsculo que se convierte en árbol.
· ¡Qué
belleza la de esta parábola! Imposible expresar con más profundidad y
sencillez el dinamismo avasallador del alma bautizada en el mundo. Florece
allí donde Dios la plantó. Contemporáneos de la bomba atómica, empezamos a
conocer la potencia de las micro acciones y comprendemos mejor las parábolas de
Cristo. La física moderna, la energía nuclear ayudan a entender mejor el
Evangelio.
Levadura en la masa
· La
alegoría del grano de mostaza no le basta a Jesús para revelarnos el misterio
de un alma consagrada con la unción bautismal. No le suministra esta
comparación los datos suficientes para aclararnos este arcano tan profundo.
Tiene que recurrir a otros ejemplos. Nos invita a dar un paso más.
· No
se contenta con descubrirnos en la parábola del grano de mostaza la fuerza
expansiva de la vocación cristiana secular. Quiere desvelarnos la naturaleza
íntima, silenciosa y espiritual de esa vida desencadenando esa fuerza
avasalladora. Tiene que irradiar y conquistar el mundo no por cualidades
personales, medios humanos (dinero, política, fuerza), sino como misterioso
fermento divino que se apodera oculto y silencioso de mentes y, sobre todo, de
corazones.
· Jesús,
casi sin darnos cuenta, nos hace pasar de la luminosidad del huerto acariciado
por los rayos del sol al interior de una casa, de las claridades del mediodía
al silencio de la noche. En la intimidad acogedora del hogar, la madre aparece
ocupada en preparar el pan necesario para la familia. Es oficio que el mundo
antiguo encomendaba a la mujer. La familia que hay que alimentar es numerosa
en la parábola. Nos habla el Evangelio de tres sata, tres medidas de harina semilíquida en
que la mujer esconde la levadura.
· La
noche de antes efectuaba los preparativos. Llenaba la amplia artesa con esas
tres grandes medidas de harina. La mezcla con agua y, en el fondo de la harina
así amasada, introduce un puñado de levadura. A la mañana siguiente, llena de
gozo, se encuentra con una agradable sorpresa. Aquella minúscula cantidad de
fermento no ha permanecido ociosa. En recóndita y silenciosa actividad durante
toda la noche, se ha apoderado de la masa. La ha conquistado a pesar de ser
cien veces mayor, transformándola e invadiéndola sin perdonar una sola
partícula.
· La
secreta y fecunda actividad del cristiano, fermento en pleno mundo, no se
puede expresar con más belleza y realismo. Tres medidas de harina, tres sata, es la misma cantidad que Sara preparó
cuando Abraham recibió la visita de sus tres huéspedes misteriosos. Simbolizan
los millones de hombres alejados de Dios. Entre ellos, pero sin confundirse,
en contacto íntimo, el cristiano-fermento se esconde como levadura en la masa
para transformarla y divinizarla.
Similitud y discrepancia
· En
la parábola del fermento, como en la del grano de mostaza, Jesús se complace
en describir el rápido crecimiento de algo mínimo e insignificante. «Mirad qué pequeña cantidad de
levadura basta para hacer fermentar toda la masa» (1 Cor 5,6).
· Una
diferencia importante hay entre las dos parábolas. Necesarias ambas para que
descubras las vertientes de tu vocación bautismal, discrepan en algo
fundamental.
· En
la de la mostaza destaca más bien, como ves, la fuerza expansiva hacia fuera de
la semilla. En la del fermento se recalca, en cambio, el dinamismo interno de
la levadura. Transforma todo lo que toca. Iluminan ambas, pero de manera
distinta, el crecimiento del Reino de Dios en la tierra.
· Dos
fuerzas conjuntas contribuyen. Una energía extrínseca (grano de mostaza) que se
convertirá en árbol capaz de albergar a todas las aves del cielo, de acoger a
todas las naciones del mundo. Un dinamismo interior (levadura) que, desde
dentro, todo lo hace fermentar. Es la fuerza asimiladora y vivificante de ese
fermento evangélico que es el bautizado. Transforma y diviniza un mundo que
«hay que rehacer desde sus cimientos, que de salvaje hay que convertir en
humano, de humano en divino, según el corazón de Dios»[1].
Matiz revelador
· Cristo
quiere, además, marcar con ambas comparaciones la índole distinta del
apostolado del hombre y de la mujer. El amplio ademán de sembrar el grano de
mostaza cuadra muy bien con el apostolado de expansión espacial del Reino de
Dios propio del hombre. El trabajo junto a la artesa en que la mujer mezcla la
levadura con la harina, corresponde perfectamente a la callada fuerza femenina
de fermentación en el interior de la Iglesia, en lo profundo de las almas.
· Jesús
no olvida que hombre y mujer han recibido de Dios Padre su misión propia. Se
complementan como el arco y el violín. El hombre trabaja más bien en
extensión; la mujer lo hace en profundidad. El hombre coopera con la
naturaleza; la mujer colabora con Dios. El hombre fue destinado a cultivar la
tierra; la mujer, en cambio, para ser portadora de la vida que viene de Dios
(Gén 3,17-20). (Hora de los Laicos, pgs. 220-225).