27 octubre 2015. Martes de la XXX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

En esta ocasión, me vais a permitir que me haga eco de uno de los escritos que tenemos del P. Tomás Morales, S.J. para comentar el evangelio de este día. El hace alusión al mismo de una manera magistral en su obra Hora de los laicos:
Fermento y grano de mostaza
·  El Evangelio perfila tu vocación bautismal. Eres levadura en la masa; pero no lo comprenderás en toda su profundidad si no iluminas esta parábo­la con la del grano de mostaza. Jesús se propone con ambas comparaciones descubrir la naturaleza íntima y el progresivo desarrollo del Reino de los Cielos en ti y en los demás. Íntimamente ligadas en su pensamiento divino, no se las comprende si se las disloca y, en cambio, se entienden con más faci­lidad al relacionarlas.
·  En los huertos de Palestina siempre se ha culti­vado la mostaza por sus propiedades medicinales. Por eso la compara el Señor a otras semillas. Las palabras con que lo hace, como todas las del Evan­gelio, exhalan aroma de naturaleza, huelen a tierra recién labrada, a agua oreada por el viento, a árbo­les cuajados de frutos, o a cosechas maduras bajo el sol de junio.
·  Los granos de mostaza, pequeños globulillos ne­gros, florecen en número de cuatro a seis agazapados en una vaina protectora. Diminutos, insignificantes, su pequeñez es proverbial entre los judíos. Al ver a un hombre de reducida estatura, dicen «pequeño como grano de mostaza».
·  Jesús se recrea describiéndonos su insignificancia inicial y su prodigioso desarrollo ulterior. Es la «menor de las semillas». Alcanza al crecer hasta tres metros de altura, subdividiendo su tallo en multitud de ramas. Por eso el Maestro, hiperbólicamen­te, lo llama «árbol».
·  Los pájaros, muy aficionados a sus granos, se posan en sus ramas para picotearlos más fácilmen­te. La diminuta semilla se ha hecho árbol..., y «vie­nen las aves del cielo y se cobijan a su sombra» (Mt 13,32). Todos estos detalles hacen resaltar la formi­dable fuerza expansiva del granito minúsculo que se convierte en árbol.
·  ¡Qué belleza la de esta parábola! Imposible ex­presar con más profundidad y sencillez el dinamis­mo avasallador del alma bautizada en el mundo. Florece allí donde Dios la plantó. Contemporáneos de la bomba atómica, empezamos a conocer la potencia de las micro acciones y comprendemos mejor las parábolas de Cristo. La física moderna, la energía nuclear ayudan a entender mejor el Evangelio.
Levadura en la masa
·  La alegoría del grano de mostaza no le basta a Jesús para revelarnos el misterio de un alma con­sagrada con la unción bautismal. No le suministra esta comparación los datos suficientes para aclarar­nos este arcano tan profundo. Tiene que recurrir a otros ejemplos. Nos invita a dar un paso más.
·  No se contenta con descubrirnos en la parábola del grano de mostaza la fuerza expansiva de la vo­cación cristiana secular. Quiere desvelarnos la naturaleza íntima, silenciosa y espiritual de esa  vida desencadenando esa fuerza avasa­lladora. Tiene que irradiar y conquistar el mundo no por cualidades personales, medios humanos (di­nero, política, fuerza), sino como misterioso fer­mento divino que se apodera oculto y silencioso de mentes y, sobre todo, de corazones.
·  Jesús, casi sin darnos cuenta, nos hace pasar de la luminosidad del huerto acariciado por los rayos del sol al interior de una casa, de las claridades del mediodía al silencio de la noche. En la intimidad acogedora del hogar, la madre aparece ocupada en preparar el pan necesario para la familia. Es oficio que el mundo antiguo enco­mendaba a la mujer. La familia que hay que ali­mentar es numerosa en la parábola. Nos habla el Evangelio de tres sata, tres medidas de harina se­milíquida en que la mujer esconde la levadura.
·  La noche de antes efectuaba los preparativos. Llenaba la amplia artesa con esas tres grandes me­didas de harina. La mezcla con agua y, en el fondo de la harina así amasada, introduce un puñado de levadura. A la mañana siguiente, llena de gozo, se encuentra con una agradable sorpresa. Aquella mi­núscula cantidad de fermento no ha permanecido ociosa. En recóndita y silenciosa actividad durante toda la noche, se ha apoderado de la masa. La ha conquistado a pesar de ser cien veces mayor, trans­formándola e invadiéndola sin perdonar una sola partícula.
·  La secreta y fecunda actividad del cristiano, fer­mento en pleno mundo, no se puede expresar con más belleza y realismo. Tres medidas de harina, tres sata, es la misma cantidad que Sara preparó cuando Abraham recibió la visita de sus tres hués­pedes misteriosos. Simbolizan los millones de hom­bres alejados de Dios. Entre ellos, pero sin confun­dirse, en contacto íntimo, el cristiano-fermento se esconde como levadura en la masa para transfor­marla y divinizarla.
Similitud y discrepancia
·  En la parábola del fermento, como en la del gra­no de mostaza, Jesús se complace en describir el rápido crecimiento de algo mínimo e insignificante. «Mirad qué pequeña cantidad de levadura basta para hacer fermentar toda la masa» (1 Cor 5,6).
·  Una diferencia importante hay entre las dos pa­rábolas. Necesarias ambas para que descubras las vertientes de tu vocación bautismal, discrepan en algo fundamental.
·  En la de la mostaza destaca más bien, como ves, la fuerza expansiva hacia fuera de la semilla. En la del fermento se recalca, en cambio, el dinamismo interno de la levadura. Transforma todo lo que toca. Iluminan ambas, pero de manera distinta, el crecimiento del Reino de Dios en la tierra.
·  Dos fuerzas conjuntas contribuyen. Una energía extrínseca (grano de mostaza) que se convertirá en árbol capaz de albergar a todas las aves del cielo, de acoger a todas las naciones del mundo. Un dina­mismo interior (levadura) que, desde dentro, todo lo hace fermentar. Es la fuerza asimiladora y vivifi­cante de ese fermento evangélico que es el bautiza­do. Transforma y diviniza un mundo que «hay que rehacer desde sus cimientos, que de salvaje hay que convertir en humano, de humano en divino, según el corazón de Dios»[1].
Matiz revelador
·  Cristo quiere, además,  marcar con ambas comparaciones la índole distinta del apostolado del hombre y de la mujer. El amplio ademán de sembrar el grano de mostaza cuadra muy bien con el apostolado de ex­pansión espacial del Reino de Dios propio del hombre. El trabajo junto a la artesa en que la mu­jer mezcla la levadura con la harina, corresponde perfectamente a la callada fuerza femenina de fer­mentación en el interior de la Iglesia, en lo profun­do de las almas.
·  Jesús no olvida que hombre y mujer han recibi­do de Dios Padre su misión propia. Se comple­mentan como el arco y el violín. El hombre trabaja más bien en extensión; la mujer lo hace en profundidad. El hombre coopera con la naturaleza; la mujer colabora con Dios. El hombre fue destinado a cultivar la tierra; la mujer, en cambio, para ser portadora de la vida que viene de Dios (Gén 3,17-20). (Hora de los Laicos, pgs. 220-225).


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