Teniendo
presente: la presencia del Señor, invocación al E. Santo, humillarnos ante El…
Pidamos ayuda a nuestra Madre y a los santos que nos acercan más a Dios.
Jesús, haciéndose al entender de sus oyentes, les
expone el mensaje de salvación.
Habla de un padre que manda a dos hijos una tarea. Uno al
principio se niega y luego obedece.
El otro, primero afirma y luego no obedece.
Trayéndolo al lenguaje de hoy diríamos: los drogadictos,
alcohólicos, abortistas, prostitutas, terroristas, pederastas, políticos
corruptos, dictadores sanguinarios, gnósticos… pueden llevarnos la delantera en
el Reino de Dios. Cuando recibieron una señal en su alma y dándose cuenta de
sus suciedades en la vida, de las mentiras que sembraron, y de la falsedad con
que actuaron… ellos, en el momento exacto, le piden el aliento para sus pasos,
y descubren que Dios es el único Señor.
Casos conocemos de estas personas convertidas que se hacen
apóstoles en aquellos ambientes en los que antes vivían de espaldas a Cristo.
Baste citar a Eduardo Berástegui, Esperanza Puente, Juan M. Cotelo, Ayrton
Senna…
Podemos reflexionar además de la estrecha relación entre
reconocerse pecador y ser apóstol; “he conocido a uno que me ha dicho mis
pecados… ¿no será éste el Mesías?” dijo la
Samaritana.
Y nosotros, dice Jesús, “aun después de ver esto no
recapacitamos ni le creemos”.
Fustigantes palabras a nuestra irreflexión y dureza de
corazón.
Hoy estamos a tiempo para convertirnos:
- Recapacitar
y reconocernos pecadores, (apatía,
falsedad, pereza, orgullo, sensualidad, consumo incontrolado, mentiras, dureza
de corazón, individualismo…) como los publicanos y las prostitutas (¡Ay va! En
esto son mejores cuando reconocen, y en público, lo que son).
- Creer
en Jesús-Salvador que
me puede liberar el corazón de toda la suciedad que convive en mi interior y en
el desorden de mis operaciones.
Podemos orar y pedir luz y fuerza para que el Espíritu nos
ilumine: qué cambiar, cómo hacerlo, cuando y con qué ayudas debemos contar…;
quizás para curar nuestra ceguera se nos diga lo que a Pablo: “vete a Damasco y
allí se te dirá lo que debes hacer”.
Así podemos liberarnos de dos obstáculos al concretar la
conversión:
- El
voluntarismo manifestado
en la exageración de los propósitos (y por tanto condenado al fracaso).
- Individualismo: yo me basto y sé lo que debo hacer, “soy buen juez en
causa propia”. Con esto, apartamos al Señor que normalmente actúa por
mediaciones humanas para curarnos donde más nos duele; la falta de humildad por
un exceso de orgullo.
Es curioso cómo a veces si un Padre manda algo no se le
hace caso. Pero si es la Madre,
entonces cambia la cosa.
Dios Padre sabía esta pasta de la que estamos hechos y por
eso nos regaló a María. Obedecer porque es distinta persona es algo imperfecto…
pero si al final se obedece…; aquí vemos también ese querer de Dios para, a
toda costa, salvarnos; ¿cuántos inventos no ha tenido con este fin?
Si al mirarnos nos vemos incapaces, si al pensar en el
Padre nos da respeto, si al pensar en el Hijo tememos su justicia… Acudamos a
nuestra Madre para hacerle las preguntas de antes sobre el contenido, el modo y
la concreción de mi conversión.
¡Qué dulzura y sencillez en sus palabras. Qué semblante
sereno, qué comprensiva. Qué manera de escuchar. Qué ternura para animar…
quizás sea eso, que nos desarma (perdonadme) con esa exquisita feminidad
divinizada: irresistible, que nos enamora, para decir sí al querer de Dios.
¿Quién va a rechazar a ésta Madre? Nadie.
Acuérdate, ¡oh piadosa Virgen María que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido…
Termina, en tu rato de oración, ésta súplica pasando por
el corazón cuanto el Espíritu vaya sugiriendo.
Que no le contristemos.