29 diciembre 2015. Quinto día de la Octava de Navidad – Santo Tomás Becket – Puntos de oración

El evangelio de hoy nos habla, entre otras muchas cosas, de la providencia de Dios, y lo vemos encarnado en la persona del viejo Simeón. De manera preciosa y en unas pocas líneas el evangelio nos deja entrever cómo Dios ha ido entretejiendo los hilos de la vida de cada uno de los personajes de este evangelio para que todos ellos confluyan en el momento y en el sitio preciso y, aparentemente, por casualidad.
Nos dice el texto que, cuando llegó el tiempo de la purificación los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén. Como explican los teólogos la purificación de la Virgen no era estrictamente necesaria ya que su embarazo y su parto habían sido producidos milagrosamente y, por tanto, sin menoscabo de su pureza. Sin embargo, sí era necesario para que coincidiera maravillosamente en el tiempo y en el espacio con Simeón. Este vivía entonces en Jerusalén, nos dice también el texto, pero no sabemos si siempre fue así o anteriormente vivió en otra ciudad. En cualquier caso, había recibido un oráculo del Espíritu Santo que le había asegurado que no vería la muerte antes de ver al Mesías. Y con esta esperanza vivía aguardando.
Misteriosamente fue impulsado por el Espíritu a ir al templo, justo cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley. Dice Santo Tomás que, en Dios, lo primero en la intención es lo último en la ejecución. Es lógico: si, por ejemplo, yo quiero traer al Santísimo Sacramento a mi barrio o a mi facultad, primero tendré que construir una capilla, luego pintarla, luego amueblarla, luego pondré un altar y luego un sagrario para, finalmente, poner al Señor en el sagrario. La intención primera es la que me lleva a dar todos esos pasos previos que conducen a llevar a término mi intención.
Podemos suponer que la providencia divina tejió un montón de hilos a lo largo de la larga vida de Simeón, y de la de María y José, para acabar confluyendo en este episodio del evangelio de hoy.

Así es también en nuestra vida pesar de todo lo que nos pueda parecer. Es el amor misericordioso del Señor el que conduce nuestra existencia de manera misteriosa, pero providente, para llevarnos a la plenitud. Es la promesa que mantenía vivo y esperanzado a Simeón. Es la promesa que le hizo ver en un niño recién nacido al Salvador. Es la promesa que nos hace Dios también a nosotros. Que sepamos vivir esperanzados y descubrir la mano providente de Dios en los pequeños o grandes acontecimientos de nuestra vida.

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