31 diciembre 2015. Séptimo día de la Octava de Navidad – San Silvestre I – Puntos de oración

En este último día del 2015, y a modo de recapitulación del año transcurrido, podemos orar con las dos actitudes que San Ignacio atribuye a la Virgen María en la Encarnación, que, a su vez, es el momento culminante que recapitula toda la historia de la salvación. Se trata de “HUMILLARSE Y DAR GRACIAS”.
Humillarse es colocarse en el “sitio” que nos corresponde como criaturas ante Dios. Humillarse es reconocer la propia nada ante el Señor omnipotente y Creador. Humillarse es saberse amado sin motivo por el Dios todo-amor. Humillarse es encontrarse con el Dios encarnado, con el Divino Niño de Belén, porque hasta el sitio del hombre, nuestro “sitio”, ha querido abajarse e instalarse, “acampar”, nuestro Dios peregrino en busca del hombre, de cada persona, por muy indigna que pueda parecer. Así nuestro Dios se ha hecho misericordioso.
Humillarse es hacer balance de un año de gracia a punto de cerrarse y descubrir nuestra respuesta insuficiente ante tanto bien recibido. Descubrir sin desaliento ni desconfianza que nuestro amor es débil e inconstante, que nuestros miedos y cobardías siguen arrollando a menudo nuestros mejores propósitos, que somos ricos en intenciones y buenas palabras, pero que nuestros hechos y obras son pobres y limitados.
Humillarse es reconocer que todo lo bueno que hay en nosotros, que nos ha sucedido o hemos protagonizado en este último año, lo hemos recibido de Otro, del Dios Amor. Humillarse es también aceptar el misterio del dolor, de las ausencias irrecuperables, de los límites insuperables, de los propios pecados de acción y de omisión y ver en todo ello un designio de misericordia, porque nos vacía de toda satisfacción propia y nos abre a un acto de fe desnudo, sin apoyos humanos, sólo fiado en Dios salvador, a imitación de la Virgen María en Nazaret.
Y entonces brotará un cántico de ACCIÓN DE GRACIAS, en donde la propia Reina y Señora Nuestra, Santa María,  podrá prolongar su himno de alabanza y adoración eterna. ¿Qué mejor fin de año que prestar nuestro corazón vacío, arrepentido y agradecido a la Virgen, nuestra Madre, para que su Voz sea nuestra voz, su Canto, nuestra alabanza?

Y así, a través de la Virgen María, seremos hechos uno con Dios y, como al fin del mundo, en este fin de año, en el Año de la Misericordia, nuestro Dios clemente y misericordioso lo será todo en todos.

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