En
este último día del 2015, y a modo de recapitulación del año transcurrido,
podemos orar con las dos actitudes que San Ignacio atribuye a la Virgen María
en la Encarnación, que, a su vez, es el momento culminante que recapitula toda
la historia de la salvación. Se trata de “HUMILLARSE Y DAR GRACIAS”.
Humillarse es colocarse en el “sitio” que nos corresponde
como criaturas ante Dios. Humillarse es reconocer la propia nada ante el Señor
omnipotente y Creador. Humillarse es saberse amado sin motivo por el Dios
todo-amor. Humillarse es encontrarse con el Dios encarnado, con el Divino Niño
de Belén, porque hasta el sitio del hombre, nuestro “sitio”, ha querido
abajarse e instalarse, “acampar”, nuestro Dios peregrino en busca del hombre,
de cada persona, por muy indigna que pueda parecer. Así nuestro Dios se ha
hecho misericordioso.
Humillarse es hacer balance de un año de gracia a punto de
cerrarse y descubrir nuestra respuesta insuficiente ante tanto bien recibido.
Descubrir sin desaliento ni desconfianza que nuestro amor es débil e
inconstante, que nuestros miedos y cobardías siguen arrollando a menudo
nuestros mejores propósitos, que somos ricos en intenciones y buenas palabras,
pero que nuestros hechos y obras son pobres y limitados.
Humillarse es reconocer que todo lo bueno que hay en
nosotros, que nos ha sucedido o hemos protagonizado en este último año, lo
hemos recibido de Otro, del Dios Amor. Humillarse es también aceptar el
misterio del dolor, de las ausencias irrecuperables, de los límites
insuperables, de los propios pecados de acción y de omisión y ver en todo ello
un designio de misericordia, porque nos vacía de toda satisfacción propia y nos
abre a un acto de fe desnudo, sin apoyos humanos, sólo fiado en Dios salvador,
a imitación de la Virgen María en Nazaret.
Y entonces brotará un cántico de ACCIÓN DE GRACIAS, en
donde la propia Reina y Señora Nuestra, Santa María, podrá prolongar su
himno de alabanza y adoración eterna. ¿Qué mejor fin de año que prestar nuestro
corazón vacío, arrepentido y agradecido a la Virgen, nuestra Madre, para que su
Voz sea nuestra voz, su Canto, nuestra alabanza?
Y así, a través de la Virgen María, seremos hechos uno con
Dios y, como al fin del mundo, en este fin de año, en el Año de la
Misericordia, nuestro Dios clemente y misericordioso lo será todo en todos.