16 diciembre 2015. Miércoles de la tercera semana de Adviento – Puntos de oración

“¿Eres Tú que ha de venir o esperamos a otro?” (Lc 7, 20).
Jan Dobraczynski en su obra “Y el rayo cayó por tercera vez” nos presenta la persona de Juan el Bautista que en los últimos años de su vida se debate entre la grandiosidad de su misión y las tentaciones del Maligno, que se esfuerza por hacerle dudar de la autenticidad de su vocación.
Cabe pensar que la embajada de Juan a Jesús fuera fruto de una auténtica duda del Precursor. Efectivamente, en su predicación, Juan había delineado la figura del Mesías como la de un juez severo. En este sentido había hablado “de la ira inminente”, del “hacha puesta ya a la raíz del árbol” (cf. Lc 3,7 Lc 3,9), para cortar todas las plantas “que no de buen fruto” (Lc 3,9).
Y Jesús no deja sin respuesta a Juan y a sus mensajeros: “Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Lc 7,22). Con esta respuesta Jesús pretende confirmar su misión mesiánica y recurre en concreto a las palabras de Isaías: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo” (Is 35,4-5). Y concluye: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” (Lc 7,23).
Estas palabras finales resuenan como una llamada dirigida directamente a Juan, su heroico precursor, que como hemos indicado quizás tenía una idea distinta del Mesías. Es cierto que Jesús no dudaría en tratar con firmeza e incluso con aspereza, cuando fuese necesario, la obstinación y la rebelión contra la Palabra de Dios; pero Él iba a ser, sobre todo, el anunciador de la “buena nueva a los pobres” y con sus obras y prodigios revelaría la voluntad salvífica de Dios, Padre misericordioso.
Una llamada a vivir con mayor intensidad este Año de la Misericordia recién inaugurado.
Acabemos meditando un texto idóneo de san Juan Pablo II:
El tiempo de Adviento se nos da para que podamos hacer nuestro una vez más el contenido de esa pregunta: ¿Eres tú el Mesías?, ¿eres tú el Hijo de Dios? No se trata simplemente de imitar a los discípulos de Juan el Bautista, o de proponer de nuevo el pasado; al contrario, es preciso vivir intensamente los interrogantes y las esperanzas de nuestros días.
La experiencia diaria y los acontecimientos de cada época muestran que la humanidad y cada persona están en continua espera de esa respuesta de Cristo, que avanza en la historia, viene a nuestro encuentro como el cumplimiento esperado de los eventos humanos. Sólo en él, colmado el horizonte caduco del tiempo y de las realidades terrenas, a veces maravillosas y atrayentes, encontraremos la respuesta definitiva a la pregunta sobre la venida del Mesías que hace vibrar el corazón humano.
[…]La cima del conocimiento de Dios se alcanza en el amor: en el amor que ilumina y transforma con la verdad de Cristo el corazón del hombre. El hombre necesita amor, necesita verdad, para no dilapidar el frágil tesoro de la libertad.

(Homilía a universitarios romanos el 15 diciembre 1998)

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