Vamos a preparar, junto a José y María, el corazón para la
venida de su Hijo.
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Días atrás teníamos unas elecciones
democráticas. Y recordamos que el nacimiento de Jesús fue dentro del proceso de
un censo (parte del sistema político de entonces). En todo, el Señor, asume la
condición de las cosas humanas.
Pero no nos adelantemos pues estamos en
preparación aún. Vamos a desear y pedir, como nos dice Malaquías en la primera
lectura, que el Señor convierta nuestros corazones. Y concreta;de los padres
hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres. Vamos a orar cómo podemos
concretar esta conversión con los más próximos que vivimos. Tengamos por seguro
que no estamos solos en el empeño pues “…mirad, yo os envío a mi mensajero,
para que prepare el camino ante mí.”
Es consolador meditar con el Salmo; el Señor se confía con sus fieles. Desde esta confianza le podemos
mostrar la realidad de lo que somos “este mucho de barro y algo de luz”. Desde
esa intimidad con El cobran sentido los anhelos que nos muestra el salmista en
la primera estrofa; enséñame,
instrúyeme, haz que camine…porque tú eres mi Dios y Salvador.
Por otra parte, ¡qué hermosa la expresión
final; las sendas del
Señor son misericordia y lealtad! .Por la oración diaria vamos
convenciendo a nuestro corazón, a nuestra inteligencia y voluntad de que sí.
Que Él es fiel en su misericordia y por tanto que yo no le puedo fallar en mi
confianza.
En el evangelio se nos muestra esa
misericordia y lealtad hecha carne en el nacimiento de Juan Bautista. Y también
en esa “misericordia correctiva” hacia Zacarías. ¡Vaya si la medicina del
silencio impuesto hizo su efecto! Nada más que “le soltaron la boca y la
lengua” “empezó a hablar bendiciendo a Dios”. ¡Qué diferencia de cuando le
anunció el Ángel el nacimiento y el dudó!
Meditando estas cosas observamos no muy
lejos a una pareja de jóvenes esposos que caminan con su gente para ser
censados. Se dirigen a Belén. Ella está para dar a luz, su marido conduce el
borriquillo. Por su atuendo, son gente muy humilde. En apariencia van
tranquilos pero José, que así se llama el esposo, tiene un agobio que a ratos
le hace sudar. Se dice ¿y dónde voy a alojar a María para el momento del
alumbramiento?, ¿a quién le pido ayuda? Pero gira la cabeza hacia su esposa y
se ve como “descubierto” en sus pensamientos. Ella le dice, “tranquilo José,
cariño, vamos a confiar. El proveerá, El sabrá”.